Esther Ferrer, junto a retratos de distintas épocas expuestos en el Palacio de Velázquez Esther Ferrer, junto a retratos de distintas épocas expuestos en el Palacio de Velázquez
Tiene 80 años, pero la energía de una joven de 30. Se lamenta de que «la vejez es un fastidio», pero cuesta seguirle el ritmo visitando el Palacio de Velázquez del Retiro y la fotógrafa se las ve y se las desea para hacerle un retrato en el que su imagen no salga movida. No se siente a gusto posando. Y eso que ella, como buena performer, ha sido su mejor musa. El Museo Reina Sofía inaugura hoy una retrospectiva de Esther Ferrer (San Sebastián, 1937), con motivo del premio Velázquez que ganó en 2014. Bajo el título «Todas las variaciones son válidas, incluida esta», revisa el trabajo de esta pionera de la performance, desde los 60, cuando formaba parte del colectivo ZAJ y coqueteaba con el movimiento Fluxus y el dadaísmo, hasta su obra más reciente.
Paradojas de la vida, una anarquista exhibiendo sus creaciones en un museo con nombre de Reina. «No pretendo ser anarquista, lo que me interesa es el pensamiento anarquista», aclara. ¿A su edad qué le motiva para seguir al pie del cañón? «¿Quiere que me siente en una silla a esperar la muerte, como en una obra que hice hace años? Trabajaré mientras el cuerpo aguante». Vive desde hace muchos años en París, pero está al margen de la política cultural:«No conozco ni a los críticos».
Pasión por la música
La música siempre ha estado presente en su trabajo: «Me gusta mucho. A menudo dicen que mi obra tiene un ritmo musical. No lo veo así. Siempre he vivido rodeada de músicos. Me casé con un compositor. Lo mío es reincidencia». La primera parada en nuestro recorrido es el «Piano Satie». El compositor y pianista francés Erik Satie, al igual que John Cage, es una de sus referencias:«He aprendido muchísimo de él». En los 70 ideó un piano lacado en blanco con su nombre en el que había escritas frases en francés sacadas de sus partituras, como «No comer demasiado». Nunca había cobrado vida, hasta ahora. Este sábado sonarán en él los acordes de «Le fils des étoiles».
«Lo que me gusta hacer son las maquetas, los proyectos. Luego, si se realizan o no, me da lo mismo. Lo que cuenta en el arte es el proceso. Yo hago arte para mis contemporáneos, y eso ya con mucha pretensión. No para la posteridad», dice la artista. Su «Poema de los números primos» invade el suelo del espacio central del Palacio de Velázquez. Alrededor, piezas en las que Esther Ferrer aborda sus obsesiones: el tiempo y el espacio, las variaciones, el azar... Se detiene ante su «Autorretrato en el espacio y en el tiempo», donde vemos cómo se refleja la huella de los años en su rostro. Son retratos que van desde 1981 hasta 2014. «Nunca me ha gustado hacerme fotos, pero trabajo con el cuerpo. En las performances ya no te ves. Te ven los otros. Yo entiendo las performances como trabajos del interior hacia el exterior». También cree que es «el arte más democrático».
Machismo
Esther Ferrer entiende el arte como «una vía de conocimiento». Es una de las pioneras de la acción artística, en la que reinan las mujeres: Marina Abramovic, Yoko Ono y ella misma. «Raras avis» en un mundo dominado por hombres. «Hay muchas exposiciones de mujeres artistas, pero sigue habiendo muy pocas directoras de museos. Y a las pocas que ha habido las echan sin ningún criterio. El mundo del arte está plagado de mujeres en pelotas. También el de la publicidad. Pero siempre vistas desde la mentalidad machista, tratadas como un objeto para vender, excitar... En un momento determinado las mujeres decidimos usar nuestros desnudos para vehicular nuestras propias ideas. Si yo me desnudo es porque quiero dar un mensaje y creo que como mejor puedo hacerlo es con mi cuerpo desnudo. Utilizamos nuestro cuerpo como soporte de lo que queremos decir y como lo queremos decir». ¿No se siente vulnerable al estar tan expuesta al público? «Claro, te sientes la más vulnerable del mundo, pero lo que creas en la performance es una situación». Para una joven artista en los 60 y 70 no debió ser fácil seguir su camino: «Cuando haces una elección, hay un riesgo y un precio que debes pagar por ello». ¿Ha merecido la pena? «Sin duda. Y eso que nos llamaban “los vagos del arte”».
Luchadora incansable por los derechos de la mujer, le preguntamos por los casos de violencia de género, que no paran de crecer, y por la ola de abusos sexuales en Hollywood. «Ahora parece que todo el mundo lo sabía. Es una gran hipocresía. En las situaciones de crisis la primera afectada es la mujer. La lucha de las mujeres depende mucho de la situación político-social. A las mujeres de mi generación nos tenían que matar antes de dar un paso atrás».
Arte y comercio
¿Cómo ve el arte actual? ¿Mercantilizado, aburguesado, aburrido? «El arte ha estado al servicio de la Iglesia y del poder y ahora lo está al servicio del dinero. Eso ha existido siempre. Salvo en Altamira y Lascaux, donde imagino que no». ¿Le interesan fenómenos como Jeff Koons o Damien Hirst? «Me interesan como fenómeno social y artístico. Su trabajo me interesa menos. Es puro mercado. Antes había mecenas. Hoy el mecenas no existe. Es un capitalista que invierte. ¿Por qué hacen estas colecciones señores como Pinault? Su vida es el comercio, ganar dinero. Hay artistas que aceptan esta situación, pero hay otros que no. En mi caso, unas galerías venden mi trabajo. No sé quiénes coleccionan mi obra. Y no quiero saberlo». ¿Cómo vive desde Francia lo que está ocurriendo en Cataluña? «Como todos, sin saber qué va a pasar, cómo se va a solucionar. Es una situación complicadísima. El ciudadano está sufriendo las consecuencias».
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