Gala, la intrusa que agitó el surrealismo
La escritora Monika Zgustova publica La intrusa. Retrato íntimo de Gala Dalí, un relato en el que recorre la historia de una mujer decisiva en el arte del siglo XX indagando en su personalidad, comportamiento y aportación al lado de artistas como Paul Éluard, Max Ernst y Salvador Dalí. Esta es la historia de una mujer decisiva en el arte del siglo XX.
SAIOA CAMARZANA | 01/06/2018
Gala en 1925
Vayamos por partes. El relato arranca en 1912 cuando Gala (Kazán, Rusia, 1894 - Portlligat, 1982) aún no es ni Gala Éluard ni mucho menos Gala Dalí. Es tan solo una muchacha a la que su familia ha enviado a curarse. Pero el amor la encuentra allí hasta que ambos jóvenes reciben el alta en 1914 y vuelven a sus casas prometidos. Ninguno intuía, por supuesto, que Austriohungría declararía la guerra a Serbia y empezaría un conflicto bélico mundial. Él fue destinado a la trinchera; ella se mantuvo en su céntrico piso de Moscú. En 1916 ella atravesó la Europa de la Primera Guerra Mundial para trasladarse a París, donde contrajeron matrimonio. Aún no sabía que se iba a convertir en una figura clave y que se iba a rodear de los círculos artísticos de la ciudad, aunque no fuera del todo aceptada. Dos años más tarde nació su hija Cécile.
Gala ha sido víctima de una mirada que no aceptaba a las mujeres transgresoras"
Su hermano, instigador de los amores secretos
Gala con su hermano Nikólai y Lidia, 1910
Gala tuvo dos hermanos y una hermana. Vadka, su hermano, la visitaba por las noches en su habitación, "le tenía una pasión secreta a la que se acostumbró, también a las miradas llenas de pasión y a los celos", explica la escritora. Esto la llevó a buscar excitación en lo prohibido y lo secreto e influyó en sus relaciones posteriores. Incluso su padrastro, afirma Zgustova, le profesaba "mucha admiración y, quizá, algo más". Esa es la razón por la que nuestra protagonista "se enamora de hombres en cuyas familias se ve como una intrusa. Los padres de Paul Éluard no la aceptaban, tampoco la familia de Dalí. En el caso de Ernst él tenía su propia familia por lo que también allí era una intrusa". Todo esto, lejos de resultarle desagradable fomentaba su pasión.
Éluard no se atrevía a publicar sin que Gala leyera sus poemas antes"
Todo su conocimiento (leía un libro al día) se lo transmitía a su marido y le animaba a escribir. De hecho, trabajaban los poemas juntos, los corregía y releía antes de publicarlos. Incluso una vez separados "Éluard no se atrevía a publicar sin que ella lo leyera antes".
Max Ernst, Paul Éluard y Gala, una relación de dos años
En 1921 la pareja tocó la puerta de Max Ernst, ese artista que tanto admiraba Tristan Tzara y cuya exposición se habían perdido por los problemas de salud de Gala. Pasaron una semana juntos en la que Éluard y Ernst entablaron una amistad cercana a la de dos hermanos. Más tarde, decidieron irse de vacaciones junto a su grupo de amigos. Aquel verano se gestó un romance que acabó con el traslado de Ernst a su casa de Saint-Brice. El pintor surrealista, sin dinero para sobrevivir, pintaba las paredes del estudio ante la mirada atenta de una mujer que cada vez sentía más atracción por aquel chico risueño. Lo observaba "desde la admiración y lo animaba desde el conocimiento que tenía. Estar cerca de los artistas le proporcionó conocimientos para conseguir la luminosidad en la tela, los colores y otras cuestiones técnicas", asegura Zgustova.
Gala y Paul Éluard
Paul Éluard hacía la vista gorda hasta que sucumbió y decidió huir con 17.000 francos. El círculo dadaísta que tanto admiraba al poeta empezaba a dar de lado a Gala, cuya presencia nunca había despertado demasiada simpatía. "Ven a mi lado", escribió Éluard desde Tahití y le mandó dinero para que se reunieran en Saigón. Tras dos años de relación, el trío se deshizo. A ella, sin embargo, no le importaba. Sabía que no acababa de encajar pero "pensó que esto no dependía de su voluntad y no tenía por qué preocuparse. Este fue su credo, mucha gente lo entendió mal y ella, aunque estaba presente en muchas cenas, se mantenía en silencio, sin participar en las conversaciones", afirma Zgustova. Parecía altiva pero en realidad era alguien que entendía su libertad personal como algo sagrado.Un verano en la Costa Brava con Dalí
Un viaje entre amigos para conocer al pintor Salvador Dalí en su taller fue otro de los golpes más duros que vivió Paul Éluard. Los paseos entre los acantilados, los aperitivos y las meriendas hicieron que Gala Éluard y el joven surrealista sucumbieran a un deseo ferviente que acabó solo con la muerte de ella en 1982. Cuando se conocieron "Dalí era ya un gran artista pero no se sabe qué hubiera pasado sin ella, los caminos que hubiera tomado". En su faceta pictórica se comportaba de la misma manera con todos sus amantes: "no solo miraba cada pincelada para ver su progreso, también buscaba su futuro, los caminos por los que podía transitar". Su gusto tan voraz por la literatura le llevó a leer en alto mientras Dalí pintaba, haciendo que este se cultivara más. De hecho, también fue ella quien lo empujó a escribir y quien le corregía su francés.
El padre de Salvador Dalí desheredó al pintor surrealista por su relación con Gala"
Ocho años más tarde, en 1948, regresaron y firmó la paz con Salvador Dalí padre, que "la aceptó a medias. Tras su muerte se dieron cuenta de que había desheredado al pintor y se lo había dejado todo a su hija Anna Maria", explica la escritora. Volvía a ser una intrusa pero su personalidad siempre la mantuvo a flote. Muchos no supieron entenderlo y aunque "vieron la influencia positiva en su arte no sabían aceptar su faceta transgresora, eran demasiado moralistas para entender la libertad que necesitaba para vivir".
Ella siempre lo tuvo claro, tenía una personalidad consolidada y "estaba siempre al lado de un hombre, no detrás". Sin embargo, Gala nunca sintió la necesidad de que los focos se dirigieran a ella. Ayudó y contribuyó al arte de sus maridos "como ayudante, asistente, inspiradora y mejor amiga pero no quería ser célebre. Solo quería ser feliz en un algún rincón del mundo y poder leer". Sin Gala, concluye Monika Zgustova, "la cultura del siglo XX hubiera sido más pobre".
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