CLARA JANÉS: “LA HISTORIA DE LA LITERATURA ESTÁ LLENA DE MUJERES COMBATIVAS”



Desde niña andaba entre libros como si fueran sus juguetes. En la biblioteca de su padre, de profesión editor, se movía como pez en el agua, descubriendo que dentro de aquellos volúmenes se expandía un mundo paralelo, lleno de descubrimientos y de cofres del tesoro. La historia de Clara Janés, que en torno a los siete años ya sentía interés por realidades lejanas y hacía sus primeros pinitos con la escritura, es la de una mujer llamada al estudio, al recogimiento, y al mismo tiempo la de una exploradora de culturas lejanas, pero próximas a través de la emoción. La emoción y la sorpresa han sido los hilos de los que ahora ha tirado para forjar la que es su última entrega, Guardar la casa y cerrar la boca, significativo título para una obra que salva del olvido la voz silenciada de tantas mujeres a lo largo de la historia. Mujeres que han tomado la palabra y la han convertido en un arma poderosísima, peligrosa, liberadora.
A través de sus múltiples vertientes como poeta, narradora, traductora y ensayista, Janés ha mostrado siempre un profundo interés por la creación realizada por otras creadoras de procedencias y lenguas diversas que no se han resignado a pesar de los obstáculos, los prejuicios, las prohibiciones. En el recorrido nos encontramos a cultivadoras de versos y relatos, pero también a científicas e incluso a guerreras que desmienten que la naturaleza femenina está reñida con la batalla. Por los cauces del tiempo, de las generaciones, ha ido corriendo, de forma subterránea, el río del legado femenino, un legado que nos resulta en gran parte desconocido y que, aunque una y otra vez se ha intentado destruir, ocultar, minusvalorar, ha sobrevivido con la fuerza que tiene la rebeldía.
Son muchas las verdades, las curiosidades, los deslumbramientos, de este ensayo cuyas páginas pasamos con asombro, con la constatación de que la Historia que nos han contado es una historia sesgada, incompleta sin la presencia de las mujeres. Mientras avanzamos en la lectura no podemos dejar de preguntarnos cómo es posible que no supiéramos, que no conociéramos, determinados nombres, circunstancias, hechos, sin duda alguna, relevantes. Lo que hace Clara Janés es ponernos sobre las pistas, abrir puertas que ensanchan nuestra visión y nos estimulan a seguir indagando.
–  ¿Cómo es posible, por ejemplo, que sepamos tan poco de la sacerdotisa acaria Enheduanna, cuyo nombre inaugura la historia de la escritura? Ya en el tercer milenio antes de Cristo nos encontramos con esta mujer cuyos escritos fueron destruidos por sus colegas sacerdotes…
– Así es. Visto desde el presente es lógico que pensemos que el hecho de ser mujer contara ya mucho en esa época y provocara la acción de los sacerdotes, pero hay que trasladarse al momento y tener en cuenta que Enheduanna era la hija del rey Sargónque fue quien la nombró sacerdotisa para que le apoyase en sus propósitos políticos. Es probable que algunas de las innovaciones que se introdujeron entonces no gustaran a sus compañeros y que esa fuera la causa del enfrentamiento y de la destrucción de sus escritos con posterioridad. Esto es tremendo, pero a mí también me resulta sorprendente la manera arrogante y rotunda con que ella se expresaba. En el himno que nos ha llegado se muestra como una devastadora luchadora a la que había que temer. “Levantaré mi mano contra vosotros”, amenazaba a quienes osaran contradecirla. ¿Por qué se ha desconocido esta historia durante tanto tiempo, por qué no se ha difundido más? Pues porque se intentó borrar el nombre y todas las referencias a sus textos y porque no fue hasta 1926 cuando se encontró un disco de alabastro destrozado a partir del cual se empezó a investigar. Todo es muy reciente.
– ¿En qué circunstancias se cruzó la sacerdotisa en tu camino?
–  Fue por pura casualidad, cuando asistí en Yemen a un congreso, con escritores árabes y españoles. Éramos unas cinco mujeres y treinta hombres (sirva el dato para dejar claro que ahora sigue siendo bastante notoria la diferencia). Allí entré en contacto con una poetisa iraquí, a la que no se permitía participar activamente, pero que intervenía como auditora. Conversamos mucho, intercambiamos información sobre nuestras obras y le llamó mucho la atención uno de mis libros de poemas, Creciente fértil, de carácter erótico. Le conté que en él me investía del ser de todas las diosas de la fertilidad y le hablé del dios que desaparece y de las oraciones que se hacen para que vuelva a aparecer en primavera. Le impresionó mucho y, al cabo de los años, cuando me la volví a encontrar en otro congreso, me dijo que, inspirada por lo que yo le había contado, había escrito un libro identificándose con la primera sacerdotisa de su tierra, Enheduanna, la primera mujer escritora. Entonces fui yo la que me quedé impresionada. ¿Cómo era posible que no hubiera oído nada sobre este personaje hasta entonces? A partir de ahí me puse a buscar y encontré, traducidos al inglés, algunos de sus poemas que ahora yo he trasladado al español. Dar a conocer esto me parece fundamental.
– Si algo es evidente al leer este ensayo es el desconocimiento que existe de la historia de las mujeres en todos los ámbitos. ¿Fue esa la motivación que te llevó a escribirlo? Da la impresión de que el libro es el resultado del trabajo de toda una vida.
– La motivación fundamental, el germen del libro, fue la sorpresa ante las cosas tan inauditas que me iba encontrando por el camino. No tenía la idea de escribir el ensayo, pero asistía a congresos sobre la mujer, hacía trabajos que me llevaban a nuevos descubrimientos, a cosas que no podía imaginar que existieran, y cuando me di cuenta de que había acumulado muchas me planteé reunirlas en un volumen. Puede decirse, sí, que toda la vida he estado interesada por los temas de la mujer creadora. Ya en la universidad de Barcelona el primer trabajo que hice serio fue sobre la Condesa de Día, poetisa provenzal perteneciente a la alta sociedad. Y más tarde, a raíz de los primeros estudios que aparecieron sobre ellas, me interesé mucho por las poetisas arabigoandaluzas, que surgieron en el siglo X. Preparé una antología y hace tres años fui la comisaria de una exposición en la Biblioteca Nacional, bajo el título El despertar de la escritura femenina en lengua castellana. Es alucinante todo el material desconocido que se puede encontrar aún en la Biblioteca Nacional.
– ¿Hasta qué punto las creaciones de estas mujeres han marcado la lírica española posterior? Citas la influencia en poetas como Alberti o Lorca.
– Así es. Ellos las conocían muy bien. García Gómez estudió todo esto maravillosamente (es indispensable la edición que hizo de El collar de la paloma, donde se explica todo muy bien) y se sabe que habló ampliamente de ello con Lorca, antes de que éste escribiera El diván del Tamarit. Por su parte, Rafael Alberti llegó a reconocer en sus escritos la influencia de la poesía arabigoandaluza. Hasta Rosa Chacel se inspiró en esa tradición para una novela de la que sólo llegó a escribir un capítulo, El pastory no podemos dejar de percibir los rasgos de la desenvoltura y naturalidad de estas mujeres a la hora de expresarse en las poetisas españolas actuales.
– La Historia que conocemos nos la han contado desde el punto de vista de los hombres. Sería muy diferente si la interpretásemos desde el punto de vista femenino. ¿Habría que reescribir los manuales, los libros de texto?
–  Yo creo que algunas cosas habría que incorporarlas, sin duda, porque son muy reveladoras. Yo recuerdo que en mi época, en el colegio, aprendíamos muy poco en relación a las mujeres. Conocíamos a Cleopatra y no mucho más, y lo que es tremendo es que eso no ha variado demasiado. Sin embargo, ahora hay mucha curiosidad, mucha inquietud, y será esa inquietud la que hará que cada vez se sepan más cosas. No deja de ser curioso, por ejemplo, que mi libro, que acaba de publicarse, vaya a ser traducido ya al francés y al inglés. Hay mucho interés, sí, y ese interés es de justicia.
– Entre las muchas protagonistas del ensayo destaca la poetisa griega Safo entre las más conocidas. Ella sí logró emerger, salir del silencio. ¿Hasta qué punto su legado está vigente?
– El legado de Safo está completamente vivo. Como digo en el libro, hasta que no llegó ella la poesía no había sido un grito del corazón y la expresión del sobrecogimiento del amor. Nos sigue fascinando eso y su naturalidad y su manera de idealizar el sentimiento. Safo está vigente, sigue siendo una referencia ineludible y ya lo era en la antigüedad, lo cual es muy interesante. Ya se decía que la condesa Beatriz de Día, la poetisa provenzal a la que yo estudié de joven, era la Safo de su época; también se la comparó a Ovidio. El caso de Safo, que creó la primera escuela para muchachas de la historia, escuela donde se enseñaba danza, música y poesía, es de los más célebres. Luego está el caso de Hipatía, a la que hace 20 años no conocía prácticamente nadie y que ha salido a la luz gracias a publicaciones sobre su figura, series y películas. La historia de esta mujer, astrónoma, física y matemática, de quien posteriormente se dijo que había conseguido tal grado de cultura que superaba con mucho a todos los filósofos de su época, fue una historia muy dramática. Enseñaba en el Museion cuando el cristianismo se impuso obligatoriamente. Un día, de camino a sus clases, una turba de cristianos la apedreó hasta darle muerte. Hipatía fue lapidada por ser mujer y pagana. El capítulo de las persecuciones que los cristianos hicieron sobre los paganos es algo que se ha estudiado muy poco.
– ¡Cuántos descubrimientos, cuántos nombres y retratos de mujeres aparecen en el libro! ¿Si tuvieras que quedarte con unos pocos especialmente significativos para ti cuáles serían?
– ¡Uy…! Me resulta muy difícil. Pero si no me quedara otra, la primera que elegiría sería sor Juana Inés de la Cruz. Me identifico mucho con ella por su gran inquietud intelectual y su curiosidad (tenía en su celda aparatos astronómicos, libros prohibidos, apuntes de matemáticas…) Nacida en México, llevó una brillante vida como estudiosa. La Inquisición la tenía en el punto de mira desde que empezó a exigir que la mujer tuviese una educación y, tras la escritura de su Carta Atenagórica, se vio inmersa en una disputa teológica que hizo que se la considerara “poco devota”. Fue objeto de un juicio en el que se la obligó a declararse “la peor de todas”, a abandonar la vida pública y a no editar sus escritos. Todo eso resulta muy dramático. La verdad es que, en unos y otros casos, aparece siempre el tema del poder. El poder del hombre sobre la mujer está ahí, todo el rato, permanentemente. Y el miedo también es una constante.
– ¿Y entre las autoras de ficción alguna preferencia?
– Hay escritoras fantásticas, entre ellas la japonesa Murasaki Shikibu, un personaje totalmente seductor, de una gran fuerza. La suya es una escritura bellísima, que lo abarca todo. En su caso me sorprende la paradoja de que en el Japón antiguo al hombre le obligaban a escribir en chino, a seguir unas normas ajenas que le impedían expresar lo que sentía realmente porque no era el idioma adecuado, mientras que el otro idioma, el silábico, era el propio de la mujer. En él surge la primera gran novela de la historia, que es La historia de Genji, de Murasaki, comparada con Don Quijote de la Mancha, de Cervantes, En busca del tiempo perdido, de Proust o El Decamerónde Boccaccio. Es un libro que tiene paisajes, viajes, amoríos, tradiciones y poesía, porque el haiku era una especie de foto del instante. Son muchos los aspectos que me fascinan de la obra, por ejemplo hay un tema que encuentro apasionante. Se trata de la presencia del fantasma. En el teatro noh japonés el fantasma siempre aparece en mitad como una transición de un nivel a otro de vida. En la novela de Murasaki encontramos el episodio central del fantasma de la amante de Genji, que martiriza y acaba con la vida de Aoi, su mujer. Esta figura equivale a los deseos reprimidos, los que luego localizaron los psicoanalistas. ¿Quién ha analizado esta relación con el psicoanálisis? Creo que no se ha estudiado lo suficiente.
–  Además de presentar a muchas mujeres reales, también te detienes en personajes de ficción muy significativos porque rompen estereotipos y definen otras imágenes acerca, por ejemplo, de la nobleza y valor de las mujeres.
– Sí. La literatura fija modelos capaces de mostrar lo que tal vez la Historia ha ocultado. Hay dos personajes que me encantan porque representan a dos mujeres combativas. La primera es Gordafarid, que aparece en El libro de los reyes, del autor persa Firduri. Se trata de una valiente amazona que no duda en luchar contra el héroe Sohrab cuando éste derrota a los hombres guerreros de su pueblo. En el campo de batalla, al comprobar que tampoco ella es capaz de vencerlo, se quita el casco; lo embelesa con su larga cabellera y su belleza y finalmente lo rechaza. El segundo personaje es el de Amba, de la famosísima epopeya hindú Mahabhárataa quien se concede reencarnarse en un hombre para poder vengarse del poderoso héroe célibe Bhishma, quien, al raptarla para ofrecerla como esposa a su hermano, la apartó para siempre del rey Salva, de quien estaba enamorada. Es un personaje que me parece fascinante porque estimula mi más profundo espíritu combativo. Si algo demuestra este libro es que la historia de la literatura está llena de mujeres combativas.
– El título, Guardar la casa y cerrar la boca, responde a unos versos de Fray Luis de León que, desde la perspectiva actual, no sale precisamente muy bien parado.
– Bueno, aquí se da una curiosa paradoja. La frase, efectivamente, nos retrata a Fray Luis como un machista absoluto, pero a su favor hay que decir que entregó su obra más conflictiva, la traducción del Cantar de los cantares, a una mujer, Sor Ana de Jesús, una discípula de Santa Teresa. Se trata de otro personaje que habría que trabajar mucho más a fondo. Perseguida por la Inquisición, Sor Ana fue también la destinataria del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz. Ella fue la encargada de sacar de España los textos de ambos; se los llevó primero a Francia y luego a Bélgica, donde fueron publicados. Es muy interesante comprobar como estos dos hombres confiaron plenamente en una mujer. La frase de Fray Luis, en mi opinión, responde a lo establecido en aquel momento. Expresó lo que se decía entonces, el sentir y las imposiciones de la sociedad. Pero, véte a saber, lo que él creía en el fondo. Aquella era una época en la que la Inquisición actuaba muy fieramente. A la misma Santa Teresa la hicieron quemar sus escritosEl libro de la vida le fue requisado, pero las Meditaciones sobre los Cantares, que para mí es su libro más interesante, se lo obligaron a echar a las llamas.
–  Afortunadamente, se salvó de la quema y ha llegado hasta nuestros días.
– Sí. Como había copias en varios monasterios, pudieron pervivir. Las Meditaciones fueron escritas, curiosamente, pocos años después de que Fray Luis hiciera su traducción del hebreo, que estaba muy mal vista porque lo correcto era atenerse a la versión latina de la VulgataÉl, que sabía hebreo, consideraba que era necesario alejarse de las interpretaciones alegóricas y seguir más fielmente, de manera literal, el original, y la verdad es que no me extraña que lo encarcelaran porque su traducción, que resalta el carácter erótico del texto, resulta escandalosa (risas). Eso debió correr por los conventos y le llegó a Santa Teresa, que se quedó pasmada. No podía entender que Dios le pidiese cosas como “béseme con los besos de su boca…” y, a lo largo de todo el libro de las Meditaciones, lo que hace es sorprenderse ante todas esas alusiones eróticas. Hay que partir del hecho de que El cantar de los cantares no era un libro religioso sino un epitalamio. Ya en el siglo I los mismos judíos lo consideraron escandaloso y lo elevaron a lo divino, pero no responde a ese sentido.
– ¿Qué nos tiene que contar Santa Teresa de Jesús ahora que celebramos su V Centenario?
– Mucho. Santa Teresa es increíble, porque era muy inteligente, muy sensible, muy apasionada. El hecho mismo de que ya desde niña quisiese ir con su hermano a ser sacrificada, a morir por Dios en manos de los moros, resulta alucinante. De salud siempre delicada, tras ingresar en El Carmelo hizo tantas penitencias que cayó enferma. Estuvo tres años paralizada, sin poder andar, y esos tres años fueron fundamentales, porque con todo lo que leyó y con todo lo que debió pasar por su mente, hizo el siguiente ejercicio de equilibrio: puso la lógica y la inteligencia al lado de la pasión y ahí empezó otra vida. Para mí ella era tan inteligente que, para cumplir su deseo de comunicar todo lo que había experimentado, hizo que los sacerdotes la obligaran a escribir. Se puso a la tarea y lo primero de lo que se ocupó fue de las virtudes de las monjas dentro del convento, virtudes, que, de hecho, aparte de los complicados temas de la oración, son aconsejables siempre, para cualquier persona. Santa Teresa pone palabras a su experiencia mística, tan difícil de entender, y a la que ella va llegando poco a poco, hasta explicar de un modo impresionante en Las moradas, de qué manera llega al momento de la unión. “Si sucede esto, tendréis deseos de morir. Cuidado. Hay que seguir vivos”, les advierte, más o menos así, a las hermanas, explicando magistralmente el camino. Y es aquí, en la mezcla del sentido práctico en la vida y de la emoción, una emoción fuertísima, a la que no hay que negarse, es donde encontramos un aprendizaje que vale para todo el mundo, porque no es sólo la mística la que puede alcanzar esta emoción ante la que no se quiere sobrevivir. En la pequeña antología que he hecho para Alianza Editorial (Antología de Santa Teresa de Jesús) he intentado resumir los puntos más importantes de la obra de la religiosa, atendiendo, sobre todo, a este equilibrio entre la cuestión práctica y la emocional, muy consciente en todo momento de la complejidad de su lectura.
– Sigamos con las sorpresas que nos vamos encontrando por el camino en este ensayo. No sólo hay infinidad de nombres y destinos reveladores, sino también acontecimientos y episodios muy poco conocidos, sorprendentes; por ejemplo, el hecho de que la mujer, a la que tantas veces se asocia con la paz, con la no violencia, ha sido mucho más guerrera de lo que se nos quiere hacer creer. Las mujeres participaron en las Cruzadas, hubo órdenes de caballerías femeninas…
– Así es. Es cierto que de todo esto se sabe muy poco y son cosas que deberían incluirse en los manuales y enseñarse en los colegios porque cambian por completo la percepción que tenemos de las mujeres. Yo misma me encontré investigando esta parte de la historia tan poco conocida también por azar. Estaba buscando información sobre una trovadora, en cuya poesía se percibe su conocimiento de un tema egipcio, y de repente me encontré con las órdenes de caballería femeninas y me quedé alucinada. Hay un cronista, Ramón Muntaner, que dice: “yo estuve luchando en las cruzadas, mal acompañado de hombres, pero bien acompañado de mujeres”. Se refiere al enfrentamiento de Galípoli, en la península turca de Dardanelos, y señala que esas luchadoras se caracterizaban por su furia. Tenemos el dato de que 2.000 mujeres participaron en las cruzadas combatiendo. Es un dato muy sorprendente. En España, por ejemplo, teníamos noticia de mujeres guerreras, como la reina Urraca I de León, quien reclutaba a sus hombres, preparaba el ejército, planeaba las batallas y participaba en ellas enfundada en coraza y yelmo, o también Isabel la Católica, que se subió al caballo a guerrear para defender sus derechos a la corona, pero  el hecho de que tantísimas mujeres empuñaran la espada se ha difundido muy poco. Se ha tenido mucho cuidado en no dar ideas a las mujeres…
– También sorprende el margen de libertad –entre comillas, claro– que podían percibir las cortesanas en Oriente Próximo o las monjas en los conventos, frente a las mujeres normales, las madres de familia… Incluso en los harenes, señalas en el libro, llegaban a sentirse más libres porque allí, en compañía de otras mujeres, pensaban y se expresaban libremente, teniendo el tema del sexo como uno de los habituales.
–  Sí, porque en todos estos casos sabían a qué atenerse. La mujer del convento sabía a qué atenerse y, además, podía ilustrarse, leer, escribir, mientras que las mujeres de la casa ya tenían bastante con ocuparse de los diez o doce hijos que podían llegar a tener. Es interesante la vida que se desarrollaba en los conventos, pero resulta asombroso el capítulo de las cortesanas, sobre todo en Corea. Cada tres años, aproximadamente, se reclutada a chicas jóvenes, como si fuera un ejército, y aprendían a cantar, a escribir, a bailar para que fueran las más perfectas y cultas entretenedoras de cultos literatos. Mientras que las mujeres corrientes si aprendían a leer o a escribir era a escondidas, a ellas Incluso se les enseñaba el chino, con lo que, en ese sentido, se llegaban a igualar a los hombres. Particularmente, a mí me ha atraído mucho estudiar la diferencia de posibilidades que tienen los poemas de las cortesanas al ser escritos en coreano o en chino. El poema en coreano es un poema que fluye, mucho más cercano al que se escribe hoy en día porque es de una gran naturalidad, mientras que el que se escribe en chino es mucho más riguroso, más pensado, apto para determinados temas.
–  Las mujeres romanas fueron durante un período de tiempo las que más se aproximaron a las mujeres europeas actuales. Se las respetaba y podían divorciarse sin problema, pero sus creadoras, curiosamente, son muy poco conocidas.
– Es que nos encontramos de nuevo con un caso de destrucción. Los escritos de mujeres como Sulpicia, Hortensia o Cornelia fueron destruidos en su mayor parte; muy poco ha llegado hasta nuestros días. En Roma podemos hablar claramente de miedo al poder que iban adquiriendo las mujeres. Fue Augusto el que mejor representa ese temor. Fue él quien impuso unas leyes rigurosas que acabaron con la igualdad que las mujeres romanas disfrutaban en relación con los hombres durante la etapa final de la República y los albores del Imperio. Las niñas romanas de familia acomodada iban a la escuela con los niños, hasta los doce años, y después, si lo autorizaba el padre o el marido, podían seguir estudiando con preceptores que las introducían en los clásicos. Cuando se casaban eran llamadas señoras y se les cedía el paso, pero lo verdaderamente importante es que pasaban a convertirse en las matronas y a formar parte del Ordo matronarum, donde tenían unos privilegios, se las consultaba y se les pedía cosas. Incluso podían divorciarse, sí, lo cual es  muy significativo. A mí me parece muy interesante  el caso de Hortensia, que era hija de un orador y tenía las mismas dotes de su padre. Ella se opuso, en un momento dado, a pagar un tributo que, por causas internas del Gobierno, se quería imponer a las mujeres más ricas de la ciudad, y pronunció en el foro romano un discurso de una fuerza maravillosa, a tenor de los fragmentos que se han conservado de él. Yo me imagino que sería la forma de expresarse de la oratoria romana, pero cuando leí por primera vez este discurso no pude evitar pensar, desde el primer momento, en el pronunciado por Marco Antonio en el Julio César de Shakespeare. Es el mismo tono, la misma forma de seducción. Quién sabe si Shakespeare lo leyó en su día. Es posible.
– Lástima que esa etapa de esplendor durara tan poco…
– Sí. Duró poco porque Augusto, como decía antes, quiso que las mujeres tuvieran menos fuerza, prohibió su instrucción y destruyó muchas de sus creaciones. Por eso han quedado tan pocas cosas. Es triste. Pero ahí está el poder, el miedo a que la mujer se imponga.

–  Cambiando completamente de época y de escenario, te refieres a las reinas de los siglos XV, XVI, como las más esclavas de todas.
– El protocolo que se imponía en esos tiempos a las damas de alcurnia era lo más parecido a la esclavitud, sí. Las reinas no tenían un espacio de intimidad, siempre estaban acompañadas por sus damas. Eran intocables, excepto por el rey y por la camarera mayor, que era quien la vestía. Incluso cuando parían lo hacían en público, ante notario y rodeadas por personas de la nobleza. Esto, que a mí me deja estupefacta, es lo que más destaco en el ensayo, aunque también es cierto que en privado gozaban o de diversiones como conciertos, excursiones o visitas a conventos, y se les permitía dedicarse a algún arte: Juana de Austria a la música o Isabel de Valois a la pintura, por citar dos ejemplos. Asombra, por otra parte, que, frente a esa permanente vigilancia en los asuntos más íntimos, donde se salvaguardaba, por encima de todo el recato, se confiaba en ellas para tomar decisiones de gobierno en el caso de actuar como regentes.
– El ensayo es todo un recorrido a lo largo de la historia que, en el caso español, concluye en el Siglo de Oro, con María de Zayas, de quien se llegó a decir que se trataba de un hombre que escribía con nombre de mujer.
– Bueno, es que les parecía que la obra era tan potente que no podía estar escrita por una mujer y creyeron que era un seudónimo. Su caso es muy interesante, porque ella nunca se llegó a descubrir. Se sabe muy poco de su vida, de su personalidad, pero sí se ha estudiado su discurso feminista. Culta e ingeniosa, era consciente de que su literatura podía ser menospreciada por el hecho de estar escrita por una mujer, hablaba con una claridad enorme, se metía con los varones y señalaba que, detrás de la educación que se les daba a las de su sexo, que las ataba de pies y manos, se ocultaba el miedo de los hombres a la competencia femenina. Pese a todos los obstáculos, tuvo un gran éxito en su época, porque en su siglo y en el siguiente su obra, en la que destacan sus Novelas amorosas y ejemplares, fue muy editada y traducida en el extranjero, lo cual es bastante llamativo.
– El presente está representado por mujeres de otras culturas, que son las que ahora están silenciadas y son perseguidas. Mujeres que hoy escriben y denuncian en sus escritos la desigualdad en la India, en el mundo árabe…
– El capítulo a ellas dedicadas se titula precisamente “La voz de las mujeres acalladas”. Ahí hablo de la egipcia Nawal al-Sa’dawi, una mujer con la que he coincidido varias veces y que es impresionante. Ella ha trabajado muy duro desde la escritura para desenmascarar la situación espantosa de ablación del clítoris que siguen padeciendo hoy tantas mujeres, así como la obligación del velo. Ha hecho muchísimo y, cuando vemos lo poco que se avanza, es como si no hubiera servido para nada. Y lo mismo sucede con Fátima Mernissi en Marruecos. También me refiero a la situación más contradictoria de la India, donde a la mujer se le da un trato de segunda fila, sin que ello impida que haya mujeres en  sitios importantes, caso de Savita Singh, excelente poeta que está presidiendo una escuela de estudios políticos. Hay una contradicción muy grande entre las posibilidades y las imposibilidades y ya luego, cuando llegamos al caso de las mujeres afganas, que están ahí tapadas con la burka, todo resulta absolutamente extremo. No las dejan ni siquiera comer en compañía del marido porque son inferiores y tienen completamente prohibido aprender a leer, a escribir. Sin embargo, he aquí lo más insólito, estas mujeres cantan al amante, le incitan a hacer el amor, aún a riesgo de ser lapidados y caer bajo las cuchilladas. A muchas de esas mujeres las casan con un viejo, pero también pueden ser esposas de niños que aparecen todo el rato en sus poemas orales nombrados como los pequeños horribles.
– A través de los cantos expresan su rebeldía.
– Así es. Y a muchas las matan, o se acaban suicidando, que es otra manera de rebeldía, porque el suicidio es algo prohibido. Los cantos de las mujeres afganas, denominadas pashtún, fueron recogidos por Sayd Bahodin Majruh, profesor, poeta y diplomático, que los tradujo al francés y los envió a París para que se publicaran. Por ese motivo fue asesinado. Yo me he basado en su recopilación, que es la mejor que hay y cuyo original se ha perdido. De nuevo fue la casualidad la que quiso que me  encontrara su antología en una librería en París, cuando iba buscando los teoremos poéticos de Basarab Nicolescu, un físico cuántico. No pude encontrarlos, pero en el recorrido un título, El suicidio y el canto, llamó mi atención. A partir de ahí me fui enterando de toda la historia.
– Guardar la casa, cerrar la boca (Siruela) es un libro muy abarcador, pero me imagino que se te quedaron muchas cosas en el tintero.
– Bueno, yo no dejo de indagar, de investigar. Soy madrina de una asociación de estudiosas francesas que cada año hacen un congreso solamente sobre la literatura y la mujer y siempre aparecen cosas nuevas. Desde que acabé de escribir el libro no he dejado de recopilar novedades. Si el libro se tradujese al italiano, por ejemplo, haría un añadido muy bonito porque he encontrado algo muy interesante. Son asuntos que no se acaban porque la inquietud está viva y te impulsa a seguir adelante.
– ¿Sientes la influencia del legado de todas estas mujeres en tu propia obra? Uno de los aspectos maravillosos del libro es la sensación de que esa herencia se ha ido transmitiendo en silencio, ha ido pasando de manera subterránea a través de los tiempos y las generaciones.
– Hay una cuestión de sentimiento. Yo no puedo decir que tenga una influencia directa de la poetisa Ono no Komachi, por ejemplo, pero antes de conocerla puedo decir que he tenido un entusiasmo infantil por el Japón que me llevaba a buscar permanentemente, con la suerte de que en mi casa había tantos libros que siempre encontraba algo nuevo. Puedo decir que yo he aprendido a escribir componiendo haikus. No había leído ninguno, pero era como si llevase incorporado su esquema. Quizás mi padre [el editor José Janés] me lo había explicado siendo yo muy niña, no lo sé. Lo cierto es que tengo una influencia de todo este mundo porque me ha atraído desde muy temprano. Siempre he sentido atracción por otras culturas. Mi padre era muy amigo de García Gómez y yo a los 15 años escuché una conferencia suya sobre el encanto egipcio, un tema clave en mi formación. Para explicarlo me tengo que remontar a muy atrás, a cuando tenía seis años, me puse enferma y tuve que pasar todo un año en la cama. Mi padre me dejó que eligiera entre todos los libros de su biblioteca y yo escogí un tomo sobre Miguel Ángel y me dispuse a copiar entera la Capilla Sixtina. A la vez me dediqué a escuchar la radio, todas las novelas radiofónicas que había, y empecé a escribir una novela, y al mismo tiempo descubrí una emisora de radio marroquí, donde entre en contacto con una música completamente nueva para mí. Busqué entre los discos que había en la casa y hallé uno que se llamaba El Cairo y que me sé de memoria. Todo esto viene a cuento porque cuando escuché a García Gómez él hablaba precisamente de esto, de esa música tan especial. Entonces ahí, desde muy pequeña, está la raíz, el germen de todo lo que he hecho a lo largo de mi vida. En el tema concreto de las mujeres, tal vez sea Safo quien me ha inspirado en algún poema. Hay todo un aluvión de cosas que me han influido. Por ejemplo, después del encuentro de poetisas en Yemen del que hablaba al principio, escribí una novela, El hombre de Adén, donde, de algún modo, están muchas de mis vivencias. Todo es como un tejido, una trama que se va forjando. Las influencias son globales, pero a veces hay cosas muy concretas, como Safo, claramente.
– Hay mujeres importantes en tu trayectoria, a las que has conocido y tratado a fondo. Ahí está, por ejemplo, María Zambrano.
– Sí. María Zambrano y, sobre todo, Rosa Chacel, en cuanto a persona. Desde que ella dejó Brasil y regresó a España, a finales de los 70, nos hablábamos cada día y nos leíamos todo lo que hacíamos. Un día a la semana yo iba a su casa y le leía todo lo que ella había escrito para que lo escuchase en la voz de otra persona. Para mí fue un esfuerzo tremendo, pero me enseñó a leer de una manera adecuada, a fijarme en la colocación de los términos, de los adjetivos. Ahí su influencia ha sido enorme, porque realmente es una maestra, sobre todo en la prosa. Juntas descubrimos también la obra de autores como José Ángel Valente. Cuando conocí a María Zambrano fue algo diferente. Llegué a ella porque era amiga de Chacel.
– Sobre María Zambrano publicaste un libro, Desde la sombra llameante…
– Sí. Con el tiempo he acabado dedicándoles un libro a cada una de ellas. El que hice sobre Rosa, que acaba con la última vez que se vieron ellas dos a través de mí, se publicó en la Universidad Veracruzana y en España se conoce muy poco. Hay otra mujer interesantísima que creo que merece la pena ser destacada porque tiene mucho que ver con todo lo que hemos hablado. Se trata de Edith Stein –la patrona de Europa–, quien sufrió una injusticia salvaje por acontecer en la clase cultural alta –¡en Occidente y en pleno siglo XX!–. Ella era la alumna más brillante de Husserl, quien le dio cum laude en su tesis y la tomó como ayudante. Sin embargo, a pesar de ser autora de unos libros importantísimos de filosofía, le impidió obtener la cátedra. Un caso de machismo puro. Judía convertida, acabó gaseada en Auschwitz. Hay un libro increíble sobre ella, justamente del último discípulo amado de María Zambrano, Jesús Moreno Sanz. Su título es Edith Stein en compañía y, desde luego, la compañía es inmensa: Hannah Arendt, Simone Weil y, por supuesto, Zambrano. Moreno Sanz es quien mejor conoce a la filósofa y quien se ha ocupado de la edición de su Obra Completa. Tras este inciso, sí, debo reconocer que la relación con Chacel y Zambrano ha sido muy enriquecedora, vital para mí, y si sigo tirando del hilo, te puedo decir que he tenido otras amistades importantes con creadoras como Marcele Auclair, muy amiga de Lorca, con quien tengo un epistolario muy bonito. Ahora mismo mantengo un contacto muy fructífero con María Victoria Atencia, a quien precisamente conocí en una lectura con Rosa Chacel. Nos empezamos a escribir y hasta ahora. Somos muy amigas. Su forma de concebir la poesía es muy diferente a la mía, pero me influye, me estimula a hacer mis propias adaptaciones. Es como una apertura a partir de lo ajeno. Si algo me caracteriza es que continuamente estoy haciendo aperturas.
– ¿Hasta qué punto sacar a las luz la herencia de tantas antecesoras, ir dando cuenta de la significación de su legado, es una tarea que acometen las escritoras actuales? ¿Se puede hablar de una corriente en esa dirección?
–  Sí. Yo creo que de un modo u otro se está haciendo. Es necesario hacerlo. Hay que reivindicar, ampliar el horizonte e ir incorporándolo todo. Eso es lo realmente bonito.

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