Marta Rodríguez Mahou, yoga sin autoritarismo


Marta Rodríguez Mahou lleva 37 años siendo profesora de yoga. En sus clases habla de cuestionar certezas, de dialogar con las ingles, del peso de los huesos de los astronautas. “No forcéis el alargamiento, la propia respiración es la que crea el espacio. Si aplicáis una fuerza tremenda lo que se crea es sordera”, afirma. El estilo de yoga de Marta Mahou ha ido evolucionando hacia uno menos autoritario, que no busca la postura perfecta sino escuchar al propio cuerpo.

dibujo © Victor  Van Kooten
dibujo © Victor Van Kooten
Acudes a los 26 años a Puna con una lesión en la espalda ¿Cómo era un día con BKS Iyengar?
Eran sólo dos horas. El resto del día lo pasabas recuperándote. Estudié muchísimo, tenían una biblioteca maravillosa y allí estudié ayurveda, libros de sánscrito, sutras de Patanyali. Empecé fascinada por la postura y, a través de lo que la postura me produjo, empecé a indagar lo que verdaderamente era el yoga. Muchas de las cosas que leía en los libros yo las sentía cuando practicaba. La pedagogía en India se basaba en la práctica exclusivamente, no te explicaban el porqué, qué pasa con el cuerpo. A mi Iyengar me daba una voz o me colocaba y mi mente cambiaba, pero yo no sabía por qué, cuál era el fundamento, por qué el cuerpo se mueve así.
Conocí a gente de EEUU y allí me contaron que en San Francisco se había creado un instituto con un programa oficial de tres años reconocido por las autoridades educativas. Era serio. Decidí ir a estudiar a EEUU para poder desglosar desde mi mentalidad occidental y científica qué era eso.
En una clase contaste que trabajabais con cuerpos…
En la parte de la formación, una de las asignaturas era fisiología y otra anatomía. La profesora Marcia L. Stefanic, una autoridad científica en Stanford*. Era también yogui y nos llevó a la Universidad de Stanford a ver una disección de cadáveres, para que viéramos cómo es un cuerpo por dentro. Era parte del entrenamiento.
Tú eres una de las pocas mujeres en España tituladas en Iyengar.
Cuando regresé después de 12 años a España, en el sistema Iyengar solo había hombres, clones de Iyengar, que imitaban al maestro.
El maestro enseñaba a enseñar así. En EEUU enseñaban de una manera normal, dulce. No se les ocurría pegarte un grito o darte un azote, aquí en España sí. Iba mucho con el modelo pedagógico de la época: In loco parentis, en lugar de los padres. Mano dura y jarabe de palo.
Tenía mucha aceptación aquello de la letra con sangre entra. Yo al principio era un poco así. Me iba de perlas enseñar así: “lo haces porque lo digo yo”. Sabía el beneficio tan grande que tenía y lo imponía, como lo había aprendido yo. Hasta que con el tiempo empecé a darme cuenta que estaba equivocada, porque mis alumnos se iban. La gente que se quedaba era un poco masoquista (ríe). Empecé a tener fama de ser muy buena profesora pero insoportable, muy rígida…

“Cuando empiezas a practicar no sabes lo que quieres, es la propia práctica la que te va descubriendo lo que hay, y tú quieres más de eso…”

He escuchado historias de tus alumnas, mujeres de 80 años con hernias discales que, ahora, tras ir a tus clases, tienen un habilidad pasmosa.
Sé que no te gusta que te llamen la Virgen de los Milagros pero... ¿cuando ves un cuerpo dañado, cómo lo reparas?
Hay un error de base muy importante. No soy artífice de eso. No es que quiera parecer modesta. Tiene muy poco que ver conmigo, tiene que ver con estas personas que deciden, invitadas por mi discurso, indagar y hacer ellas el trabajo. Yo no lo hago, yo ni siquiera pongo las manos encima. Hay algo en el propio yoga y en la técnica que les hace volver y volver. Son ellas las que consiguen esa movilidad. Cuando haces tú el movimiento –y nadie te coge el hombro y te lo coloca– de una determinada manera, en una determinada respiración, en secuencia, que es fundamental, llegas a sentirte de esa manera. No soy yo, en absoluto.
Hablas de conexión-transmisión. Cuando das clases, vas andando por las filas. ¿Te nutres de lo que estás viendo?
Claro, yo lo hago con ellos. Todo lo que digo, lo estoy sintiendo. He estado allí y estoy allí. Lo estoy viviendo por dentro. Es mucho lo que un cuerpo te dice desde fuera cuando tú has vivido con tu cuerpo un viaje tan profundo. Desde fuera, se ve mucho más de lo que la propia persona vería en un espejo. A través de ese lenguaje, a esa persona le puedes decir algo, indicar una dirección de movimiento y sabes que se le va a abrir un mundo distinto.
Tú dices que ves en los cuerpos... tengo la sensación de que puedes ver las cargas emocionales.
Eso se ve, tú lo puedes ver. Una persona deprimida tiene una postura. Un jefe arrogante, tiene una actitud corporal. Dos personas que se aman, que se ríen, que se pelean… todo está en el cuerpo.
Con los años de práctica en la enseñanza, hay cuerpos que ves que sabes que no debes tocar, no debes atravesar ciertas fronteras. Hay cuerpos que tienen el discurso más interiorizado. Ya no me guío, como al principio, por su capacidad de movimiento articular sino por el nivel de interiorización del discurso del yoga. Una persona a través de mucho tiempo de práctica o venir a clase entiende un lenguaje con su propio cuerpo y puedo hacer muchas más indagaciones con su cuerpo, aunque el cuerpo se mueva menos.
 
Las frases que dices en clase llegan muy profundo. ¿Cómo preparas una clase?
Yo me preparo en función de que doy clases en un sitio donde la gente acude periódicamente. En un mes han hecho un recorrido por todos los tipos de movimiento. Donde yo reconozco mi propio arte (se ríe), me voy a atrever a llamarlo así, es en el arte de secuenciar. Cómo empezar de una determinada manera y en hora y media hacer un recorrido por el cuerpo del otro para terminar en una situación de calma y de neutralidad.
El discurso no me lo preparo. No tengo ni idea de lo que voy a decir. Hay días que estoy muy conectada, lo llamo estar conectada con Marta Mahou, cuando no está mi ego, no hay nada que se interponga entre lo que he absorbido en estos treinta y tantos años de dar clases y yo. Si no hay nada entre el conocimiento y yo, entonces me sale algo que, cuando termino sería incapaz de repetir.
Siempre me inspira lo que tengo delante, aunque hay una base de datos. Es lo que llamo transmisión, por eso esta enseñanza tiene que ser presencial. Por eso no hago vídeos, ni clases en Internet, porque nada puede sustituir el vínculo que se crea entre el discurso y el silencio de la persona que escucha tu discurso.
 
Describes el método Iyengar como un método “basado en copiar y obedecer en lugar de escuchar y honrar las propias sensaciones durante la práctica, inhibiendo la autonomía del alumno”. ¿Cuándo te empiezas a dar cuenta que el modelo está obsoleto?
Cuando me deja de apetecer ir a India, que mi cuerpo no puede practicar así, que está roto por dentro, demasiado forzado. No me siento feliz practicando y ponerme en la colchoneta es una obligación. Empiezo a hacer movimientos espontáneos en la colchoneta, a hacer las posturas mal. En la primera fase, practico de manera libre pero sigo enseñando ortodoxamente. Después, empiezo a enseñar como yo practico. Me ayudó muchísimo encontrarme con Ángela Farmer, a la que conocía desde hace muchos años y que había hecho el mismo camino que yo con Iyengar. Hemos tenido grandes conversaciones en momentos de crisis y me ayuda que haya otras mujeres que hayan sido capaces de matar al padre, por así decirlo. Desvincularse de ese sistema que, de la manera que lo enseña Iyengar, es muy dañino para el cuerpo femenino. Prueba de ello es que la hija de Iyengar no se pudo mover tras años de práctica, estaba prácticamente inválida.
Y sin embargo los beneficios para el cuerpo femenino son espectaculares.
El 90% de los practicantes de yoga son mujeres y el 70% de los profesores, son mujeres. En los años 80, la manera en la que se enseñaba yoga Iyengar en EEUU era diferente a la que se enseñaba en Puna. Con un sistema democrático como aquél, y sus seguros, era inviable que tú pudieras forzar en una postura alguien sin que te denunciaran. En su propio ADN no está el autoritarismo, mientras que en el nuestro sí. Aquí pegó muy fuerte, en Francia, Alemania, Inglaterra, éramos todos pequeños Iyengar. Muchas mujeres se han hecho daño. Hay mucho silencio sobre lo que ha pasado. Yo no puedo traicionarme a mí misma: amo a a mis alumnos y no voy a hacerles daño. Cada vez estaba más desvinculada de mi centro.  
A todos esos años que he estado siguiendo el sistema de Iyengar, los llamo doma corporal.
 
 
¿Es necesario pasar por esa doma?
Esa es la gran pregunta. Cada uno aprende de una manera. Yo tuve que aprender así, a pesar de Iyengar. Había algo en él que estaba más allá de él, que ni siquiera él controlaba y esa era su transmisión. Él actuaba de una manera, pero lo que él transmitía era tremendamente beneficioso para mi y para millones de personas. Lo que pasa es que Iyengar era un ser humano, con su personalidad, era superior a su ego rectificar en público y cambiar su manera de enseñar. A pesar de las lesiones que el mismo sufrió –fruto de los años y el desgaste– por su propio método, nunca rectificó, y muchos sí hemos rectificado.
El método Iyengar es lo que describe un método perfecto para el señor Iyengar, pero no se puede pretender que funcione para otros cuerpos completamente diferentes. Ese es el error, hacer un patrón para todos. Se trata precisamente de enseñar al alumno a ser autónomo, a escucharse, a decidir él cuándo y hasta dónde, sin intervenir, solamente cuando veo que está en un camino en el que se va a hacer daño; en vez de imponerle la postura, que la postura salga de él. Este es el camino que es eficaz, el único que vale.
En tus clases de meditación, pranayama, hablas de ver los trenes pasar, no quedarse con ningún pensamiento.  
Mi discurso de la meditación proviene del mindfulness de Jack Kornfield, entre otros, del budismo. Yo no lo he aprendido con Iyengar, que se reía de los meditadores. Decía: “¿Cómo como te vas a sentar a mirar tu mente si no sabes dónde tienes la mano derecha?". Lo decía con un cierto criterio, aunque con poco respeto por los demás. Yo meditaba antes de ir a conocer a Iyengar, mi lado meditativo siempre ha sido budista.
Tras las asanas, el cuerpo está mucho más preparado para respirar. 
Son para eso, todo el propósito de la práctica de las asanas es la capacidad para sentarte en quietud a observar. Es lo mismo que haces en asana, lo que pasa que mantener el cuerpo en posiciones asimétricas sostenibles mucho tiempo es muy difícil, por eso buscas posturas simétricas estables desde un punto de vista anatómico para poderte quedar y reposar, y desde allí observar lo que está pasando, porque esa es tu vida, lo que pasa en el presente, nada más. Este discurso es budista.
¿Cuál es objetivo de hacer yoga: verse a uno mismo, no apasionarse o por el contrario, enfrentarse?
Cuando uno empieza a practicar, empieza por las razones más peregrinas. Yo empecé copiando las posturas de un libro, otra gente empieza porque le duele la espalda, otros porque quieren aprender a relajarse. Cuando empiezas a practicar no sabes lo que quieres, es la propia práctica la que te va descubriendo lo que hay, y tú quieres mas de eso. Tú no sabes cual es el objetivo, yo no lo sabía. Estaba fascinada por el mundo postural, lo que me pasaba cuando me ponía en esas posturas. No era capaz de verbalizar el proceso. Ahora soy un poco más capaz porque el proceso ya forma parte de mí. Si alguien al empezar tiene objetivos muy profundos, se va a decepcionar mucho en las primeras clases, porque va a descubrir que le duele el hombro, que tiene agujetas… Cuando meditas, no tienes mecanismos de evasión, no puedes poner la tele ni coger un vaso; tú has decidido ponerte ahí, en esa situación y aflora lo que hay, que es ya mucho. Es una situación de lo más atípica en nuestra vida: estar con un grupo de gente en silencio, sin teléfonos, sin ninguna distracción, siguiendo el discurso de una persona a través de tu cuerpo, es una situación muy terapéutica. Cada uno está viviendo su propio viaje. Cada uno se está enfrentando a lo que hay a su manera. Solo el hecho de ir y de quedarte una hora y media resulta muy terapéutico.
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Entrevista realizada por Rocío Westendorp
Copyright © Marta Mahou 2019
* Marcia L. Stefanic: profesora de medicina en Stanford, investigadora en el Western Regional Center of the large Women’s Health Initiative (WHI) es pionera en los estudios de investigación de la salud de la mujer, del envejecimiento, y del efecto de la actividad física y la dieta en enfermedades crónicas

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