Pardo Bazán
Un guarda recogió en la Castellana, en Madrid, una prenda íntima en marzo o abril de 1889. Se ignora color, uso y talla. Se conoce su propietaria en origen: Emilia Pardo Bazán. Y, uauu, su destinatario final:Benito Pérez Galdós. “Por fortuna esa prenda no tenía la marca que llevan otras de su mismo género: una E coronada”, se regocija ella en una carta, después de carcajearse con la anécdota que le ha relatado un amante famoso —ya ha publicadoFortunata y Jacinta y 20 títulos de los Episodios Nacionales— y, cosas de literata, elucubrar con “estar diez segundos” en la cabeza del guarda.
En las letras españolas es difícil dar con una relación tan subyugante como la de Pardo Bazán y Pérez Galdós, que se gozaron, se simultanearon (con otras y otros) y se respetaron como escritores y examantes (actitud bien difícil en ambos gremios). Unos modernos del XIX, que cayeron en un único convencionalismo: la clandestinidad.
De entrada, para entenderla, conviene liberarse de corsés como la imagen de matriarca oronda de Emilia Pardo Bazán o ese retrato de Sorolla que atrapa a Galdós a punto de despeñarse por la rampa de los cincuenta. Entre 1888 y 1890 compartieron horas sin ninguna circunspección. “Le hemos hecho la mamola al mundo necio, que prohíbe estas cosas; a Moisés que las prohíbe también, con igual éxito; a la realidad, que nos encadena; a la vida que huye; a los angelitos del cielo, que se creen los únicos felices, porque están en el Empíreo con cara de bobos tocando el violín… Felices, nosotros”. Todo dicho.
Si quieren literatura erótica, lean las cartas que Pardo Bazán dirige a Pérez Galdós, recogidas en Miquiño mío (Turner), por Isabel Parreño y Juan Manuel Hernández. “Te como un pedazo de mejilla y una guía del bigote”. “Yo haría por ti no sé qué barbaridad”. “En cuanto yo te coja, no queda rastro del gran hombre”. “En prueba te abrazo fuerte, a ver si de una vez te deshago y te reduzco a polvo”.
Lamentablemente no se conservan las que circularon en dirección contraria. “Todos los archivos de Emilia Pardo Bazán se han perdido. O bien su hija Blanca los quemó o, según la leyenda, los destruyó Carmen Polo en Meirás [el pazo coruñés de la escritora fue comprado por forzosa suscripción popular para regalar a Franco]. Lo más probable es que ocurriesen las dos cosas, que su hija tuviera miedo de la literatura comprometida y que Carmen Polo se cargase lo que hubiese encontrado en los cajones”, explica la historiadora Isabel Burdiel, que prepara una biografía sobre la escritora gallega.
Hay indicios de que la erupción erótica galdosiana debió de estar a la altura: “¿No me dabas el alma hasta las últimas raíces?”. “Ayer me han dicho que Zola está a punto de enloquecer por miedo a la muerte. ¡Qué tonto es ese hombre de genio! ¡Miedo a la muerte! Si hubiera vivido en una semana lo que yo… y lo que tú, no le tendría miedo alguno”, le escribe Pardo Bazán el 28 de septiembre de 1889 desde París. Acababan de regresar de un viaje por Alemania donde no habían tenido que esconder su relación ni sisarse tiempo. La separación duele. “Me eché en la cama como si me echase al turbio Sena en momentos de desesperación y desahogué con llanto y traté de olvidar con un sueño oscuro, cargado de pesadillas”. Ella es ciclónica, incapaz de reprimir un goce, un pesar o una controversia. “Era muy libre, hizo siempre lo que le dio la gana. Se dice que Benito Pérez Galdós le pidió que tuvieran una relación más estable y ella no quiso dar el paso porque apreciaba su libertad. Tienen una relación amorosa muy singular porque era entre iguales”, sostiene Burdiel.
Los populares autores (ella ha publicado la aclamada Los pazos de Ulloa) llevan una agenda pública (de cartas, almuerzos y citas) y otra secreta, en falsos encontronazos callejeros, en carruajes, en pisos ocasionales. En 1888 se ven en Barcelona durante la Exposición Universal. Y aunque su relación era ya íntima, la escritora no reprime un inesperado amor fou con un rendido admirador que se convertiría en un gran mecenas: José Lázaro Galdiano. En recuerdo de sus hazañas, Pardo Bazán le regalará un poemario encuadernado con la piel de uno de sus guantes.Después de separarse de José Quiroga de buenas maneras, Pardo Bazán tomó decisiones tan drásticas como impropias de dama decimonónica. Ganarse la vida: “Me he propuesto vivir exclusivamente del trabajo literario, sin recibir nada de mis padres (...) esta especie de trasposición del estado de mujer al de hombre es cada día más acentuada en mí”. Vivir libre de ataduras, aunque sean de Galdós: “No te acongojes pensando en el porvenir (...) cualquier mujer mejor que yo (¡y hay tantas!) te querrá entrañablemente”.
Le incomodó a Galdós, mujeriego impenitente que estaba dando con la horma de su zapato. En paralelo se veía con Lorenza Cobián, una asturiana atractiva y analfabeta que trabajaba de modelo del pintor Emilio Sala y que aprendería a leer por empeño del escritor, según su biógrafo Pedro Ortiz-Armengol. “Nada diré para excusarme, y sólo a título de explicación te diré que no me resolví a perder tu cariño confesando un error momentáneo de los sentidos fruto de circunstancias imprevistas”, confiesa sobre su desliz Pardo Bazán en 1889.
Después viajarán juntos por Alemania y serán felices. A la vuelta, sin embargo, Galdós se distancia, pasa cada vez más tiempo en Santander y, en 1891, Lorenza Cobián da a luz a María, la única descendiente (quedará en el árbol de los misterios la cifra exacta de hijos ilegítimos) que el novelista reconocerá con sus apellidos. La relación entre los literatos se va deslizando entonces hacia lo profesional. No hay mejor epitafio para ella que esta frase de Pardo Bazán: “Nosotros podemos decir aquello de no moriré de todo aunque muera”.
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