Sofia Gubaidulina gana el premio BBVA de música contemporánea
Hay creadores que parecen llegar de la noche de los tiempos, aunque sería más acertado decir de la noche de la historia. Sofia Gubaidulina, que esta mañana ha sido distinguida con el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en la categoría de composición de Música Contemporánea, entra de lleno en esta categoría y con todos los honores.
El jurado, reunido en Madrid, ha destacado “extraordinarias cualidades musicales y humanas” de la compositora rusa, así como la “cualidad espiritual” y “la dimensión transformadora de su música, que le ha garantizado un amplio acceso a públicos que van más allá de los convencionales para la contemporánea”. El premio, dotado con 400.000 euros, ha distinguido en pasadas ediciones a compositores como György Kurtág, Steve Reich, Pierre Boulez o Salvatore Sciarrino.
Nacida el 24 de octubre de 1931 en la ciudad tártara de Chistopol, la trayectoria personal y artística de esta compositora está marcada por la resistencia excepcional necesaria para afirmarse en el turbulento entorno del estalinismo y el no menos asfixiante periodo posterior, aunque sí menos peligroso.
La trayectoria de esta poderosa creadora está cruzada por fuerzas que la llevan a decir de sí misma: “Soy del lugar en que Oriente se encuentra con Occidente”. Su propia familia es también un cruce: su padre, ingeniero de minas, era tártaro, mientras que su madre era una maestra rusa de origen judío polaco. En la afirmación precoz de Gubaidulina jugó un papel importante la religión, tanto como la música. Estudió en una academia de música entre los años 1946 y 1949 y a continuación en el Conservatorio de Kazan hasta 1954.
Luego llegarían las escasas pero fecundas noticias de los compositores europeos que se filtraban en la cerrada URSS y, finamente, su voluntad de seguir un camino propio, salpicado de elementos del folclore local, la electrónica o la improvisación. A lo largo de los años sesenta la prohibición oficial de sus actividades la une a la que sería la generación soviética del cambio, Edison Denisov y Alfred Schnittke principalmente. En los setenta comienza a ser conocida en el extranjero al tiempo que la KGB la interpela a causa de las actividades como editora de su segundo marido, Nikolai Bokov. Pero el tiempo ya corre a su favor y en 1981 el gran violinista letón Guidon Kremer estrena en Viena su Concierto para violín, Offertorium. Luego, en 1984, sale por primera vez de su país a un festival en Finlandia y en 1986 se eliminan todas las restricciones para viajar. No tardaría mucho en hacerlo de manera definitiva y en 1992 (cuando el régimen soviético es un recuerdo) se instala en Hamburgo.
Desde entonces, la figura de Sofia Gubaidulina no ha dejado de afirmarse internacionalmente hasta convertirse en la más respetada de los añicos dejados por un régimen capaz de desarrollar una formación musical de altísimo nivel para luego dejar aprisionados en jaulas doctrinarias a sus mejores figuras. La fuerza de esa explosión no solo ha liberado a grandes creadores, los ha terminado proponiendo como paradigmas de una modernidad alternativa en la que la experimentación se da la mano con la meditación y con una suerte de poesía sonora que Occidente se había autoprohibido.
Como escribe Pierre Rigaudière: “El nombre de Sofia Gubaidulina está marcado por un aura casi icónica. Quizá porque ha insistido más que sus compatriotas en el lazo profundo con el que une la fe religiosa y la música, se ha convertido en un símbolo de la resistencia a la asimilación espiritual y artística en un contexto en el que el horizonte estético se encontraba férreamente bloqueado por la doctrina del realismo socialista”.
Pero el verdadero temple de su música, que la convierte en una fuerza poderosa en momentos de zozobra estética como los actuales, es que no renuncia a sus cimientos: la evocación religiosa, sí, pero también las tramas teóricas, hoy denostadas por la posmodernidad, de los maestros del siglo XX: la electrónica, la microtonalidad, modelos formales como la serie de Fibonacci y el número de oro. En suma, un siglo XX alternativo pero fundido en creencias firmes que esta frágil tártara brinda hoy al desconcierto reinante.
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