Rosa Martínez: El arte como forma de acción
- Escrito por Fausto Rivera Yánez
- Publicado en Edición Nº 302
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En una de las terrazas del Centro Cultural Metropoli-tano de Quito —CCM,
también conocido como MET— reposa un cubo blanco en el que se lee un dictamen escrito en letras negras: ‘No violarás’. El cubo está ubicado frente a la Catedral Metropolitana de la capital y diagonal al Palacio de Carondelet, como si ese mensaje estuviera destinado, particularmente, a ambos receptores que representan el mayor poder político y religioso del país. Se trata de una instalación en el espacio público de la artista y poeta guatemalteca Regina José Galindo, y forma parte de la muestra La intimidad es política, que se exhibe en el MET hasta el próximo 29 de octubre.
también conocido como MET— reposa un cubo blanco en el que se lee un dictamen escrito en letras negras: ‘No violarás’. El cubo está ubicado frente a la Catedral Metropolitana de la capital y diagonal al Palacio de Carondelet, como si ese mensaje estuviera destinado, particularmente, a ambos receptores que representan el mayor poder político y religioso del país. Se trata de una instalación en el espacio público de la artista y poeta guatemalteca Regina José Galindo, y forma parte de la muestra La intimidad es política, que se exhibe en el MET hasta el próximo 29 de octubre.
Esta obra de Regina, ganadora en 2005 del León de Oro a la mejor artista joven en la Bienal de Venecia, fue hecha originalmente como una valla en la Calzada de Roosevelt, en Guatemala, donde una banda de violadores cometía crímenes. El nombre de la instalación se basa en un mandamiento bíblico y cuestiona la violencia de género que arrasa en el continente.
Debajo de esta obra, en uno de los salones del segundo piso del MET, se proyecta un video de la artista española Cristina Lucas, titulado Habla. En la proyección, Cristina destruye literal y simbólicamente a martillazos una reproducción en yeso del gigante Moisés, de Miguel Ángel. Para este ejercicio, la artista toma como referente literal el texto de Friedrich Nietzsche, El ocaso de los ídolos, o cómo se filosofa a martillazos. Así como en la propuesta de Regina José Galindo, la de Cristina Lucas usa la simbología religiosa para interpelar la opresión de los cuerpos femeninos.
La española Rosa Martínez fue la curadora de esta muestra que reúne la obra de 17 artistas y colectivos provenientes de diversos países y hermanados bajo el lema de la intimidad es política. Reconocida como una de las más fundamentales curadoras en el medio artístico mundial, Martínez está segura de que el arte trastoca las visiones caducas de la vida.
Haber sido la primera mujer directora de la Exposición Internacional de Venecia, en 2005, luego de 110 años de existencia de este encuentro, dice mucho de la situación de las mujeres artistas, gestoras culturales y directoras en el campo del arte. ¿Siente que ha cambiado esta situación? ¿Cuál es su valoración sobre esta realidad?
Es un honor pasar a la historia como primera mujer directora de la Bienal de Venecia. De hecho, invité a las Guerrilla Girls a mi exposición en el Arsenale y, con mucha ironía, plasmaron desalentadoras estadísticas sobre Venecia en sus posters. En 1895, año de fundación de la Bienal, participó un 2% de mujeres artistas, y un siglo más tarde, en 1995, el porcentaje fue del 9%. El poster que lo constata se exhibe ahora en el MET de Quito, junto con otros como el que se realizó específicamente para nuestra exposición en la que evidencian que «las mujeres artistas de Ecuador están en la lona».
De su trayectoria como curadora, ¿cómo siente que el arte contemporáneo ha ido calando en los públicos?; ¿cuál es su noción de la contemporaneidad?
Contemporáneo es todo lo que se vive desde el presente. El peso del pasado y los sueños y miedos sobre el futuro son contemporáneos.
Y usar lenguajes actuales para reinterpretar críticamente el pasado, analizar el presente o imaginar el futuro es una forma excelente de ser contemporáneo.
¿Cómo se concibió la propuesta conceptual de La intimidad es política y cómo dialoga ese planteamiento con la ciudad?
Pilar Estrada, directora del MET, conocía bien mi trayectoria profesional y me propuso articular una exposición que conjugara dos de las líneas de acción del Municipio de Quito: las políticas a favor de la igualdad y el deseo de acercar el arte contemporáneo a los diversos públicos de la ciudad. En esa intersección de objetivos institucionales he trabajado a menudo, y cuando vi la belleza de los espacios del MET acepté su propuesta, a pesar de las limitaciones presupuestarias y de tiempo. Planteé la posibilidad de intervenir en los espacios públicos de la ciudad y la obra de Regina José Galindo, ‘No violarás’, es la prueba de que todos nuestros esfuerzos han valido la pena.
¿Cómo se dio el proceso de selección de los diecisiete artistas y colectivos?
Hubo un período inicial en el que mantuvimos diálogos sobre la creación contemporánea en Latinoamérica y desde el MET se me facilitaron amplias referencias y dossiers sobre artistas de Ecuador, cuya escena, en ese momento, yo desconocía. Simultáneamente se definía el marco conceptual y muy pronto también acordamos el título de la muestra. La selección se fue configurando de una forma orgánica y con algunos sobresaltos. Tuvimos que elegir entre lo soñado y lo posible, entre lo deseado y lo factible. Por falta de presupuesto prescindimos de obras fundamentales como ‘A Noiva’, de Joana Vasconcelos, que hubiera sido un auténtico hito colgando en el patio principal del MET. De hecho, en el centro de la cúpula, aún está el cable que la hubiera sostenido… Por la misma razón no incluimos grandes nombres históricos como Louise Bourgeois o Ana Mendieta, que nos hubieran permitido establecer una genealogía de la creación hecha por mujeres en el siglo XX, pero tendremos documentación sobre sus obras en el catálogo de la muestra.
El acento se fue decantando hacia el arte del presente, con la voluntad de que las obras que se mostrarían no se hubieran visto antes en Quito, y que tocarían aspectos fundamentales de los discursos sobre sexo, género, lenguaje y poder.
En esta muestra ha conjugado la obra de artistas de diversos lugares, que manejan distintas técnicas, junto con el trabajo de activistas feministas, como los colectivos Mujeres Creando o Guerrilla Girls, ¿cuán importante es que el arte dialogue con el activismo?
Para mí, el arte es una forma de acción, de transformación de la visión del mundo, más allá de la técnica o el soporte en el que tome cuerpo. Comparto con Joseph Beuys el concepto de «escultura social», es decir, la idea de que una palabra o una obra que cambie la conciencia de los espectadores ya es escultura, ya es arte. El arte no es solo el objeto, el arte es la transformación que la interpretación o la vivencia de ese objeto produce en nosotros. Además de las Guerrilla Girls y Mujeres Creando, hay otro gran colectivo en la muestra, las Mujeres y Hombres de Comunidades Indígenas Zapatistas de Chiapas, México. Sus principios de buen gobierno —«servir, no servirse», «representar, no suplantar»— deberían de inspirar a muchos de nuestros políticos y líderes religiosos, y su hermoso arte, sencillo y popular, contribuye sin duda a disolver las fronteras de exclusión que intenta imponer el arte elitista.
A un día de que la Conferencia Episcopal emitiera una carta manifestando su malestar por la muestra, la Secretaría de Cultura de Quito, a través del Instituto Metropolitano de Patrimonio, emitió un informe en el que decía que el mural hecho por el colectivo boliviano Mujeres Creando debía ser removido porque no contaba con los permisos necesarios, ¿qué opinión le merece esta decisión?, ¿la considera una forma de censura?
Yo estaba ocupada ultimando la instalación de las obras cuando se inició el revuelo, y he entendido posteriormente que fue una denuncia de la Fundación Iglesia de la Compañía de Jesús al Instituto de Patrimonio la que encendió las alarmas. Hemos mantenido un diálogo continuo con las artistas, con la dirección del MET y con la Secretaría de Cultura para asegurar que cualquier afectación patrimonial que pueda existir no signifique la eliminación de la obra y estamos cerca de una solución consensuada. Como curadora, para mí, lo ideal sería seguir los protocolos internacionales y poner advertencias de que la obra podría herir la sensibilidad de los espectadores, como ya se hizo, y resolver el tema patrimonial al finalizar la muestra. Pero comprendo que cada ciudad tiene sus propias reglas respecto a la protección de sus bienes.
Luego de que las autoridades decidieran remover el mural, ¿cómo procesó esta situación con Mujeres Creando?, ¿anticipó que esto sucedería, tomando en cuenta el antecedente de censura previa del mismo mural en Bolivia?
Mujeres Creando es un grupo de activistas que lleva 25 años luchando por la justicia social, por la igualdad de derechos, por la posibilidad de ser felices más allá de las imposiciones que la religión, entre otras formas de control social, ha impuesto sobre los cuerpos. Conocía su trabajo desde que expusieron en el Museo Nacional Reina Sofía de Madrid en 2000 y no quise perder la oportunidad de colaborar con ellas. Su práctica artística y política está cerca del concepto de la muestra. La idea de actualizar su ‘Milagroso altar blasfemo’ fue motivada porque es una de sus obras más recientes y la que mejor sintetiza su visión artística e ideológica.
Este altar es de hecho un work in progress y en él crean una magnífica reinterpretación del peso del falocentrismo sobre los propios hombres, a la vez que evidencian cómo están sujetos a las instituciones de poder. Me conmueve su secuencia de vírgenes y especialmente su virgen Dolorosa, que, en esta ocasión, no llora por el hijo, sino por las mujeres e hijas muertas por feminicidio. En ningún caso pensé que la reacción iba a ser tan desbordada.
¿Cómo afecta esta situación a la muestra, pues ahora el foco de atención pública es el mural y no el resto de las valiosas obras que se exhiben?
Mi discurso curatorial se asienta en la voluntad de dar espacio a voces diferentes, a propuestas que muestren la riqueza y la complejidad de los discursos contemporáneos. La selección de La intimidad es política muestra esa diversidad con diferentes intensidades, desde los fantásticos retratos y autorretratos de Zanele Muholi a las instalaciones anticoloniales de Nora Pérez; desde el video cuestionador de la violencia de Marina Abramovic al de Cristina Lucas «filosofando a martillazos» sobre el Moisés de Miguel Ángel, o desde la monumental secuencia documental de Santiago Sierra sobre las viudas en la ciudad india de Vindravan hasta la preciosa reflexión de Sandra Monterroso sobre los procesos de teñir y desteñir, de aprender y desaprender.
Hay obras muy duras, como el documental de Núria Güell, La Feria de las Flores, que analiza el vergonzante turismo sexual en Colombia a través de niñas y adolescentes que guían visitas en el Museo de Antioquía comentando las obras de Botero desde su propia experiencia de explotación. Hay otras más irónicas, como la de Katia Sepúlveda, escenificando un encuentro sexual en la puerta del principal prostíbulo de la ciudad alemana de Colonia, que registra el mayor número de clientes precisamente el 14 de febrero, día de los enamorados. En este contexto, los debates sobre el ‘Milagroso altar blasfemo’ han abierto una puerta para acceder al resto de la muestra.
¿Cuál es su valoración de los artistas ecuatorianos que curó?
Estoy entusiasmada con los tres que finalmente seleccioné: Saskia Calderón, Santiago Reyes y Juana Córdova. Sus propuestas muestran que son autores de vocabularios internacionales a partir de su realidad local.
Antes de empezar la curaduría de La intimidad es política, ¿Qué conocía acerca del arte ecuatoriano y qué le llamaba más la atención?
Sabía de la Bienal de Cuenca y me llegaban también los ecos de algunos de los artistas que participaban en ella, pero no había tenido la oportunidad de adentrarme en la escena ecuatoriana, en la que, tanto los trabajos artísticos como las reflexiones curatoriales, están muy maduras.
Ahora lo que deseo es expandir este conocimiento a otros circuitos y proyectos internacionales.
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