LA VERDAD ES SIEMPRE REVOLUCIONARIA LIDIA FALCÓN







Con esta estúpida expresión los partidos políticos, los periodistas y los tertulianos de toda laya y condición se refieren a plantearse la modificación de la Constitución española de 1978. Este lenguaje hortícola se ha introducido en los análisis políticos como una gracia que ríen todos los dirigentes de los que depende el destino de la sufrida ciudadanía, pero que utilizan seriamente, si a esa expresión se la puede calificar de seria. Y a continuación indican que tal operación gastronómica puede ser enormemente peligrosa, teniendo en cuenta que en la práctica cotidiana hasta que no se “abre el melón” no se sabe si está verde o maduro, si es de buena cepa o pertenece a la de los pepinos. ¡Que ingeniosidad la de los políticos de hogaño en comparación con la de los de antaño, donde predominaban las ampulosas frases de Emilio Castelar, las contundentes de Clara Campoamor y la definitorias de Manuel Azaña!
Pero estos son los tiempos que corren, dicen con resignación complacida todos aquellos con los que comento esta singular manera de referirse a la responsable tarea de iniciar la reforma de un texto que hasta se ahora se consideraba poco menos que sagrado. El impulso para hablar del tema diariamente lo ha provocado, por supuesto, la crisis de Cataluña. Ni la injusta ley electoral que se utiliza en las elecciones generales y en las de Cataluña, y que ha marginado, invisibilizado y humillado a la izquierda en todo el territorio nacional y premiado a los independentistas catalanes, ni que los derechos sociales sean una declaración de intenciones en vez de derechos fundamentales reclamables judicialmente, ni que no quede claro que las mujeres no pueden ser marginadas, acosadas y asesinadas, ni que las comunidades autónomas y sus competencias no se hallen especificadas en el texto constitucional, ni siquiera, lo que resulta ridículo, que no se haya corregido la preferencia del varón a la hembra en la sucesión al trono, con otras carencias, han motivado hasta ahora a los cientos de señorías que se han sentado en los bancos del Parlamento y del Senado a decidirse a “abrir el melón” para llevar a cabo una reforma que nos situara ante la realidad social del siglo XXI y garantizara los derechos de todos los españoles y de todas las españolas.
Es tan remarcable el miedo que sienten los partidos políticos a hundir el cuchillo en el fruto para desvelar su secreto y encontrarse con un pepino verde en vez de un fruto dulce y maduro que solamente ese mismo miedo impide a los periodistas, comentaristas y profesores explicar a qué se debe. Los acentos serviles y aduladores de periodistas de los grandes medios de comunicación con que comentan los discursos del rey, ahora sobre todo en que se han apagado las críticas a las golferías del padre, los interminables vericuetos por los que se pierden los tertulianos de las televisiones y las radios para explicar el retraso en tomar “el toro por los cuernos”, en otra expresión carpetovetónica también utilizada, están provocados por el pánico que les produce imaginar que el debate de la reforma constitucional abriría el de la proclamación de la República, y esta vez sin marcha atrás. 
Porque todos saben, lo saben pero lo ocultan, que la única reforma que resolvería todas las contradicciones, carencias,  dudas y enfrentamientos entre los defensores y los detractores de la independencia de Cataluña, disminuiría las desigualdades económicas y sociales, permitiría avanzar contra la opresión de la mujer, aclararía la posición de España ante las instituciones internacionales y la OTAN, y concluiría con la preeminencia de la Iglesia católica, rémoras del siglo XX  que se han mantenido en estos largos ya 40 años, es el de que de una vez España sea republicana.
Ni los enfrentamientos territoriales ni los derechos sociales ni la igualdad entre el hombre y la mujer serán resueltos y garantizados sin que nuestro país se constituya en una república, teniendo como referente la constitución de la II República, aquella que declaraba en su artículo primero que “España es una república democrática de trabajadores de toda clase”, con lo que declaraba su vocación socialista.
Aquella República que estableció la igualdad entre el hombre y la mujer dentro y fuera del matrimonio, así como de los hijos habidos dentro o fuera del mismo. Aquella República que en los artículos del 10 al 22  de la Constitución iniciaba la organización federal de nuestro país, para dar satisfacción a las permanentes reclamaciones de tratamiento diferencial que planteaban algunas de las regiones españolas.  Aquella república que no reconocía distinciones ni títulos nobiliarios, que consideraba a todas las confesiones religiosas  asociaciones sometidas a una ley especial y nacionalizaba sus bienes, disolvía las que consideraba que constituían un peligro para la seguridad del Estado, como la compañía de Jesús y la expulsaba del país,  extinguía el presupuesto del clero y le prohibía ejercer la actividad industrial, comercial y la enseñanza.
Aquella república que afirmaba en su artículo 44 que toda la riqueza del país, sea quien fuere su dueño, está subordinada a los intereses de la economía nacional y afecta al sostenimiento de las cargas públicas. E incluso afirmaba que “la propiedad podrá ser socializada”.  Aquella República que aprobó la Ley de Reforma Agraria con la que se pretendía arrancar el poder a la aristocracia latifundista que dominaba el sur y el oeste del país para lograr un reparto más justo de la tierra y de la riqueza. Aquella república que en el culmen de su integra honradez declaraba en su Artículo 6 que “España renuncia a la guerra como instrumento de política nacional, Desgraciadamente hubo quienes no renunciaron, y que precisamente eran monárquicos.
Pero, ¿se imaginan el estremecimiento que les acomete a los dirigentes políticos, excepto a los de Izquierda Unida, cuando se enfrentan a la evidencia de que cómo se plantee seriamente una reforma constitucional no habrá referéndum sobre las reformitas que propongan, tan timoratamente, el PSOE o Ciudadanos, sino sobre República o Monarquía y que todos los partidos y grupos republicanos nos lanzaremos a difundir nuestro mensaje en la campaña? Y en ese momento, los millones de españoles, acallados, atemorizados, cansados, resignados, deprimidos, que han visto, ellos y sus padres y sus abuelos y sus abuelas, como los decenios pasaban sobre sus vidas sin devolverles la república que tan villana y sangrientamente les arrebataron, saldrán de su modorra o de su depresión y se unirán a nosotros. Porque hoy seremos pobres y contaremos con pocos militantes, pero como se “abra el melón” nos convertiremos en millones.
Esa visión que imaginan de los mítines de miles de personas con mares de banderas tricolores,  aterra a los cobardes y vendidos políticos que durante 40 años han apoyado a esta monarquía corrupta y oligárquica que nos domina. Pánico sienten esos dirigentes valedores y sostenedores de varias generaciones de los Borbones que nos han esquilmado, humillado, acallado, oprimido y asesinado durante tres siglos.
Mítines y manifiestos y publicaciones y reuniones y asambleas en los que se explicará la profunda corrupción de la Casa Real, el ruinoso negocio para el país que suponen sus comisiones, sus relaciones con los jeques árabes, sus fortunas en paraísos fiscales, sus viajes, fiestas, deportes de los que disfrutan a nuestra costa más de treinta miembros de la familia. Mítines en los que se explique cual es la verdadera relación de la Corona con la Iglesia, la OTAN, las oligarquías internacionales y nacionales. El beneficio que obtienen mutuamente la Corona y los poderes económicos que la sostienen, a costa del esfuerzo y explotación de las clases populares.
Cuando despertemos al pueblo para que defienda orgullosamente su soberanía democrática exigiendo elegir al jefe del Estado y no aceptar un jefe del Estado cuyo único mérito es el de haber sido engendrado por el anterior monarca que a su vez fue designado por el dictador Francisco Franco, prolongando así una dinastía que durante cientos de años ha sumado guerras imperialistas y contra su propio pueblo, sumisión a los dictados de una Iglesia corrupta y opresiva, robo y expoliación descarados de sus ciudadanos para aumentar su fortuna personal, prevaricación y sometimiento de la justicia, el clamor republicano inundará como un tsunami los pueblos y ciudades de España, y será reclamación mayoritaria y estruendosa de nuestros hombres y mujeres una República española que transforme el país en la unión de todos los pueblos de España. Y de todos y todas las trabajadoras, y los intelectuales y científicos y artistas, que somos la mayoría de la sociedad.
Por eso, entiendan quienes se pregunten desconcertados por qué no “se abre el melón”  de la reforma constitucional, después de un decenio de que se lo propongan angustiados varios partidos políticos y que con la crisis de Cataluña se ha convertido en el tema recurrente de la actualidad, que lo último que quieren los cómplices de esta monarquía, PP, PSOE, Ciudadanos, y la ambigua postura de Podemos, es que se proceda de una vez a utilizar el cuchillo para abrir en canal el peligroso asunto de cambiar la Constitución. Porque el único cambio sustancial y resolutorio es el de proclamar la III República y eliminar de una vez para siempre esta Monarquía que nos asfixia y nos expolia. 
Pero por eso, precisamente por eso, con la hipocresía que les caracteriza, Pedro Sánchez y Miquel Iceta y Albert Rivera, supuestos partidarios de la reforma constitucional, no se atreven en manera alguna a acometerla, mientras el PP, edecán de la Monarquía y su más firme defensor, ni se inmuta ante las supuestas demandas de sus adversarios políticos. Porque sabe que en realidad “todo eso es comedia”, con la que engañan a los ingenuos ciudadanos que les votan.

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