Marta García Aller: “Hay mucha literatura y mucha filosofía en los cambios que vivimos”
El tiempo pasa más rápido que en la canción de Mercedes Sosa —¿o era de Pablo Milanés?—. Tarde o temprano, hasta que el corazón dice “basta”, ese tic-tac monocorde conjuga una realidad líquida, plena de cambios fugaces, trepidantes, cuando no vertiginosos. El ayer caducó de un modo definitivo; el hoy lo hará dentro de dos horas. Y qué bien explica esto Marta García Aller (Madrid, 1980) en su ensayo El fin del mundo tal y como lo conocemos (Planeta, 2017), una obra bien escrita, repleta de datos, conversaciones y suspense, que orbita sobre las cosas y las ideas que se acaban. Va por su cuarta edición. La periodista siempre tuvo claro que quería ganarse la vida escribiendo, aunque fuera sobre economía —“me gusta escribir sobre ello sin que se note”, me cuenta—. Como Lorca, pero en un terreno divulgativo, parte de un escenario culto, pero se dirige a un auditorio popular. El fin del mundo… es un libro no sólo para el profano, sino para todos aquellos —como el menda— que regatean las estanterías de “Ciencia” en las librerías. Es y no es un volumen sobre tecnología, economía, sociología y filosofía. Nos permitimos una licencia poética, y la entrevistamos en El Palentino, el bar malasañero de siempre, tres días antes de que sirva su última cerveza, acompañada de una bandejita con pistachos.
Al menos, ese fue nuestro último menú.
P: En “The future”, Leonard Cohen canta: “He visto el futuro, hermano: / es un crimen”. ¿Exagera?
R: Depende de adónde esté mirando en ese momento. Crímenes va a seguir habiéndolos. Hay momentos en la Historia en los que, si haces la foto, por ejemplo, en el siglo XX durante la II Guerra Mundial, pensarías que el progreso que traería la tecnología, que a finales del siglo XIX prometía arreglarlo todo, era malo. Pero si haces la foto en el momento en que vivimos del boom económico que llegó después, entenderías que aquellas promesas que traían el automóvil, la electricidad, etcétera, son positivas. En El mundo de ayer, Stefan Zweig cuenta cómo, a finales del siglo XIX, parecía que sólo podíamos ir a mejor, cuando llegaba la gran promesa del motor y la electricidad y, de repente, había aviones que volaban. Pero, de repente, en la Europa de entreguerras, en el nazismo que le tocó sufrir, la visión era la contraria: “¡El caos que ha traído el progreso!”. Pero eso no es culpa de la tecnología, sino del uso que hagamos de ella.
"Ahora vemos cómo con virus tecnológicos se puede robar a cientos de millones de personas a la vez."
P: En El fin del mundo tal y como lo conocemos, usted muestra que también los criminales se adaptan a los nuevos tiempos.
R: Absolutamente. El crimen es una historia de I+D. Podemos utilizar la tecnología a través de las maneras de delinquir del ser humano. Hablábamos antes de finales del XIX y principios del XX. El asalto al tren del dinero era uno de las mayores gestas tecnológicas que se podían hacer. Robar a 300 personas a la vez. Antes se robaban diligencias, no hay más que ver las primeras obras de la cinematografía. El tren era lo que fascinaba, y asaltar un tren era revolucionario. Ahora vemos cómo con virus tecnológicos se puede robar a cientos de millones de personas a la vez. Se piden rescates para equipos informáticos de empresas: bloqueas un ordenador y tienes el poder. Y a medida que tengamos casas electrónicas, vehículos conectados, abre una línea fascinante: todo el mal que se puede hacer con conocimientos de programación.
P: Escribe que cuando todas las transacciones sean digitales, el dinero en efectivo será “cosa de pobres, hipsters y camellos”.
R: Hay lugares en los que ver pagar en efectivo es sinónimo de que alguien tiene algo que ocultar. Esa transformación, poco a poco, que estamos viendo hacia lo digital, es más evidente. Pagamos con las tarjetas de crédito y con los móviles. Pero las tarjetas de crédito son de plástico, y hoy es un material que está empezando a no significar progreso, sino problemas a resolver: es sinónimo de contaminación. Creo que veremos el fin del dinero en efectivo y voy percibiendo que los más escépticos son los que no están particularmente cómodos en una hipótesis en los que todos los pagos que hagan, incluidos los impuestos, dejen rastro. Pero de todos los problemas de la privacidad, no creo que sea el más peligroso de todos.
P: Cuenta que el negocio está pasando a ser los datos, no los objetos. Si desaparece la propiedad, ¿también lo hará el capitalismo, nunca mejor dicho, tal y como lo conocemos (Risas)? ¿Cómo manejaremos los posesivos: “mío”, “tuyo”…?
R: Está desapareciendo, sin duda, la sociedad de consumo tal y como la conocimos. Creíamos que la sociedad de consumo era el “usar y tirar”. El milagro que ofrecía el poder comprar objetos que para nuestros abuelos aspiraban a ser para toda la vida. Pensemos en los muebles, por ejemplo…
"Ahora, los símbolos, las aspiraciones, más que por acumular objetos, pasan por acumular experiencias."
P: La Enciclopedia Larousse…
R: Pensábamos en el siglo XX que acumulábamos todo el conocimiento que íbamos a necesitar a lo largo de la vida dentro de los doce tomos que tenía mi madre en el salón, que le costaron una barbaridad de dinero. Comprar una enciclopedia era una aspiración de la clase media, y tenía que valer para toda la vida. La Enciclopedia era Dios. Era el conocimiento condensado y podíamos permitirnos una Larousse. Era un símbolo. Ahora, los símbolos, las aspiraciones, más que por acumular objetos, pasan por acumular experiencias. No sólo pensando en dónde vamos de vacaciones o a qué restaurante vamos a cenar. Las empresas de transporte no aspiran a vender coches, sino a prestar servicios de movilidad. No es que sea un eufemismo o una palabra rimbombante. Es que, poco a poco, deja de tener sentido para las nuevas generaciones comprarse un coche. Ya no es un símbolo de libertad, como en el siglo XX. Es un símbolo de que tienes que responsabilizarte de su mantenimiento, si es eléctrico dónde lo cargas… El futuro es más de usar que de tener. Lo vemos en lo que nos irrita: que nuestro móvil se quede viejo y se estropee y haya que cambiar de móvil cada dos años. Eso no es más que la antesala, el caballo de Troya, de la renovación constante. El móvil no quiero que me dure diez años: dentro de año y medio habrá unas soluciones tecnológicas mucho mejores. Para ello, la solución no es la propiedad, sino pagar por el servicio. Es un proceso fascinante, es lo que a mí me interesa. No me seduce la parte más de objeto, el último gadget, sino cómo nos cambian la manera de ver y vivir el mundo.
P: De ver el mundo, de vivir el mundo y de organizar el mundo: el eje izquierda-derecha se rompe, el pulso de la nueva política muta hacia los conceptos “abierto” y “cerrado”.
R: Creo que es lo que estamos viviendo ahora. Hay una transformación política con las nuevas tecnologías. Creíamos que vivíamos en un mundo más global que nunca gracias a internet, y vemos cómo Facebook nos va creando muros que nos hacen el mundo en el que nos movemos más encorsetado. Nos rodeamos de gente que piensa como nosotros y confirma nuestros prejuicios. No abrimos la mente, sino que nos damos excusas para reforzar nuestros prejuicios. Por eso es tan importante tener una información independiente y unas redes lo más diversas posibles. La diversidad debería empezar por los entornos digitales que nos creamos. ¡Se consume menos información internacional que nunca! Periodísticamente, interesa menos que nunca, y esto debería hacernos pensar lo que estamos creando con esa tecnología, que tiene un potencial inmenso para hacernos más libres y cultos. Pero me parece que estamos errando el tiro.
"Estas revelaciones desarman el concepto de periodismo ciudadano. Estamos descubriendo que eso no es real."
P: Yendo por la información: cuenta que, en España, las tres noticias más leídas en las redes sociales en 2016 eran falsas.
R: Creo que es un elemento para reflexionar, por supuesto, como profesional y como lector, pero también para tener mucha esperanza en la profesión, en el periodismo. Estas revelaciones desarman el concepto de “periodismo ciudadano”. Estamos descubriendo que eso no es real. Existe en cuanto sucede, pero no es periodismo. No está verificado, no está contrastado, no puedes pedir responsabilidades a alguien que te ha mentido. Que la gente empiece a ser consciente de ello es una inmensa oportunidad para quienes contamos historias de verdad. El periodismo debe ser un referente de credibilidad. Y ahora que las fake news y los bulos que circulan por WhatsApp empiezan a estar mal vistos, creo que es el momento para que el periodismo diga: “Aquí estamos los que somos de fiar”.
P: Volvamos un momento a los datos. Hace unos meses, José Mota me dijo que Orwell se había quedado corto porque, ahora, el propio individuo puede convertirse en su propio policía al volcar toda su vida en la nube.
R: Al final, el Gran Hermano éramos nosotros. Somos los que nos vigilamos unos a otros. Si nos hubieran dicho, hace 15 años, que le estaríamos contando a los amigos lo que desayunamos o lo que cenamos, nadie entendería nada. Imagina una escena preWhatsApp llamando a un amigo y diciéndole “vaya tostada me estoy comiendo” (Risas). Esta es la parte de la tecnología que me fascina: cómo nos cambia la manera de vivir, de relacionarnos, de hablar con nuestra familia, con la gente del trabajo… Esto no es algo nuevo de internet. Cuando llega el ferrocarril, transforma las relaciones sociales y abre un universo de gente a la que puedes conocer. Recuerda novelas como Jane Eyre, en la que llegaba un desconocido a la ciudad. ¡Un desconocido! ¡Por fin aparece alguien a quien no conoces desde que naciste, era fascinante! Hablabas antes de Orwell. Estamos perdiendo la privacidad, pero, en realidad, la privacidad era un espejismo que hemos tenido durante un tiempo de vida muy concreto, relacionado con el surgimiento de la vida urbana y las grandes ciudades.
P: Ahí están nuestros pueblos con sus viejas tras el visillo.
R: Los pueblos, y la historia de la literatura está llena de ello, demuestran que la privacidad no existía. Todo el mundo lo sabía casi todo de todos y un pequeño secreto daba para una novela de 500 páginas. Era muy difícil tener una relación o ir a comer algo sin que los demás lo supieran. En el siglo XXI empieza a desaparecer la privacidad… A lo mejor es que no nos sentimos del todo cómodos. En algún momento, la privacidad nos ha llevado a sentirnos aislados, y puede que estemos buscando volver a esa aldea. No la aldea global de Negroponte, sino a la de aldea a secas, en la que todo el mundo lo sabe todo de todos.
"Con tal velocidad de cambio, hay que estar aprendiendo constantemente."
P: En El fin del mundo… cita a Alvin Toffler, quien dijo que los analfabetos del futuro serán aquellos que no sean “capaces de aprender, desaprender y reaprender continuamente”. ¿La cultura será más líquida?
R: Ahí creo que Bauman dio en el clavo. La prueba está en lo vigente que sigue siendo su pensamiento. Me parece que, poco a poco, aunque tiene mucha vigencia el concepto, la otra idea de aprender, de nómadas del conocimiento, me ayuda a entender mejor los cambios del futuro. Bauman nos ayudó a entender el presente, tendrá mucha vigencia en el futuro, pero creo que a la cultura y al aprendizaje… (Piensa) El nivel de incertidumbre es tal, que si estudias Derecho o Medicina, hay que tener muy presente que, con tal velocidad de cambio, hay que estar aprendiendo constantemente. No hay que tenerle miedo a la palabra “novato”. Hay que cambiar el espíritu de la palabra o traer otra.
P: ¿Y qué pasará con las Humanidades? Se les está poniendo cara de lince ibérico.
R: Aunque han estado en peligro de extinción, nunca van a ser más necesarias que ahora. La tecnología nos está ofreciendo que va a enseñar a pensar a las máquinas. Para eso, harán falta dos cosas: uno, entender las máquinas y saberlas crear, programar y desarrollar, y dos, para enseñar a pensar a una máquina hay que saber cómo funciona el pensamiento humano. Hay que saber qué necesita la sociedad, y para eso hacen falta sociólogos, filósofos, lingüistas: hay que enseñar a las máquinas a hablar. Los laboratorios de inteligencia artificial son de filosofía, en realidad. Deben enseñar a las máquinas a tomar decisiones. Y esas decisiones ya tienen que ser prácticas. Y esto nos lleva a un mundo más lleno de robots que el actual, pero también más humano. Vamos a tener que resolver dilemas filosóficos que, hasta ahora, nos habíamos dado el lujo de considerar teóricos. Ya no lo podemos dejar a la intuición o a la buena voluntad. Y las empresas están empezando a entender que necesitan pensamientos diversos. No pueden tener un equipo de directivos de 20 personas en los que todo el mundo ha hecho Dirección de Empresas, Economía o Derecho. La banca de inversiones está contratando filósofos, y las empresas de tecnología de Silicon Valley están buscando filólogos.
"Entretener a la gente va ser lo más demandado por la sociedad."
P: Los filósofos a la banca, los filólogos a Silicon Valley… ¿y dónde van a parar los escritores? ¿Qué hacemos con los poetas?
R: Si prosperara la idea de la renta universal para un futuro en el que los robots hacen el trabajo y la mayoría de los humanos nos dedicamos a la vida contemplativa, los poetas van a tener más trabajo que nunca. Entretener a la gente va ser lo más demandado por la sociedad. Y la poesía es emoción, que es algo que los humanos vamos a buscar con ahínco entre tanto algoritmo. Imaginar un futuro de gente ociosa no es tan descabellado, no es más que extender al resto de la población lo que la aristocracia ha venido haciendo a lo largo de la Historia.
P: Si ya era jodido responder a las preguntas “qué es el amor” o “qué es la amistad”, ahora, en los tiempos del Tinder, debe de ser misión cuasi imposible. Habla en el libro de una aplicación que reconoce las caras y dice quién es ese Mengano.
R: Esa tecnología existe, sólo que todavía es muy cara para que la llevemos todos. Estamos ahora en el Palentino. Podemos saber quién es toda esta gente y qué hay de su vida colgada en Google o Facebook. Ahora, eso lo podemos hacer tecleando los nombres en Google. Googleamos a nuestras citas para saber más de ellas. Imagina hacer eso con reconocimiento facial y con el móvil. No es muy diferente a teclear un nombre; simplemente, nos saltamos ese paso. Eso cambia las relaciones. ¡Por supuesto que las cambia! Pero es que la tecnología siempre las ha cambiado. Las cartas, el teléfono… todo va cambiando con la tecnología. Hacer el ejercicio de adónde va la amistad, el amor, el trabajo… es lo que busco.
"El reloj biológico no es más que una metáfora. La metáfora de un prejuicio social hacia las mujeres que trabajan."
P: Vamos terminando. Usted dedica un capítulo a la mujer o, mejor dicho, al fin del reloj biológico y a la maternidad sin fecha de caducidad.
R: El reloj biológico no es más que una metáfora. La metáfora de un prejuicio social hacia las mujeres que trabajan. Se empieza a utilizar en 1978. Lo acuña el periodista Richard Cohen en The Washington Post. Las mujeres quieren hacer carrera profesional y a todas les llega el momento de tomar la siguiente decisión: o trabajo o familia. Tuvo tanto éxito el concepto que han pasado décadas y aún las mujeres, a cierta edad, oímos el “tic-tac”. La ciencia está poniendo en cuestión que eso tenga que ser así. La vitrificación de óvulos es una de las opciones de lo que ofrece la tecnología. Algunos expertos a los que he entrevistado me han dicho que va a ser un cambio tan radical para las mujeres como lo fue la píldora en la liberación sexual. Esto va a ser como una liberación de la edad.
P: Para finalizar, suscribo su deseo: “Ojalá las máquinas que un día dominen el mundo fueran las de escribir”.
R: Empecé así porque el libro es también un alegato nostálgico a quienes vivimos el siglo XX, a quienes tuvimos el privilegio de vivir en una época que ya no va a volver, y tener una manera de ver el mundo que ya está desapareciendo. Los que tenemos treinta y tantos tenemos más cosas en común con la gente de sesenta que con los de veintipocos. Vivimos en una era que se formó en antes y después de Cristo, pero creo que la etiqueta más útil para separar generaciones en antes y después de Google. Los de antes de Google somos unos pocos; los de después no recuerdan el mundo antes de Google. Con el móvil, con el smartphone, desaparece la paciencia. Hay una visión que sólo se puede hacer desde las humanidades, desde la literatura, que dota de sentido esta dimensión. Y creo que hay mucha literatura y mucha filosofía en los cambios que vivimos.
Comentarios
Publicar un comentario