Agnès Varda: "No pienso en el futuro, para mí el futuro es la muerte"
Euforia, felicidad, intensa sensación de bienestar, extroversión, calidez emocional, empatía hacia otros, arrojo, vitalidad, inspiración. Son los efectos inmediatos y a largo plazo de Caras y lugares, la mejor droga del siglo, el buen cine de la magnífica Agnès Varda, esta vez en un episodio de pura alegría compartido con el artista urbano JR. 35 años, él, a punto de cumplir 89, ella, esta ‘extraña pareja’ devuelve el cine a la gente, demuestra empíricamente que la felicidad es contagiosa y revela la fórmula de la crítica sociopolítica radical hecha desde la pureza y la bondad.
Una furgoneta con una enorme cámara de fotos pintada en un lateral recorre la Francia rural con Vagda y JR a bordo. Se detienen, conocen gente —mineros, ganaderos, labradores, trabajadores de astilleros… y mujeres, siempre mujeres—, absorben experiencias, hacen inmensas fotografías y transforman el paisaje —el físico y el político-social— con sus retratos. El milagro de la mejor energía que fluye. Caras y lugares es una de las mejores, más fascinantes y luminosas películas de los últimos tiempos.
Euforia, felicidad, intensa sensación de bienestar, extroversión, calidez emocional, empatía hacia otros, arrojo, vitalidad, inspiración. Son los efectos inmediatos y a largo plazo de Caras y lugares, la mejor droga del siglo, el buen cine de la magnífica Agnès Varda, esta vez en un episodio de pura alegría compartido con el artista urbano JR. 35 años, él, a punto de cumplir 89, ella, esta ‘extraña pareja’ devuelve el cine a la gente, demuestra empíricamente que la felicidad es contagiosa y revela la fórmula de la crítica sociopolítica radical hecha desde la pureza y la bondad.
‘Caras y lugares’ es una película construida con las personas con las que se fueron encontrando en su viaje, ¿hay que otorgar parte de la autoría al azar?
JR y yo tuvimos la gran suerte de que las personas con las que nos encontramos tenían cualidades hermosas. Pero íbamos muy a tientas y fue el azar el que nos hizo cruzarnos con gente hermosa. Teníamos una sensación de ir rebotando: por ejemplo, hay un momento en la película en que busco una sombrilla pequeña para hacer un retrato, y aparece un señor con la sombrilla de su madre, y resulta ser un campanero... y ahí le acompañamos y vivimos una experiencia preciosa, estar con él tocando las campanas. ¡Tan bonito lo de las campanas! Siempre estábamos a la escucha, con ojos y orejas, en todos los rincones, para no perdernos nada que el azar nos propusiera. Y de buen humor. Y con una enorme empatía natural hacia la gente, que creo que se transmite al espectador. ¡Hay tal necesidad del bien en el mundo! Y el buen humor hace que eso sea más fácil.
Ese buen humor está en su relación con JR. Se están picando todo el rato. ¿Cómo consiguen que ese salto generacional, esa diferencia de edad, no se note?
Bueno, eso forma parte de una mirada distinta acerca de la relación con las personas mayores. Yo soy vieja y él es joven, pero en la película somos dos artistas que disfrutamos y nos divertimos juntos, así el espectador no sufre por esa diferencia de edad.
Este viaje por la Francia rural es un encuentro con gente trabajadora, con mujeres…
Si puedo poner un punto común entre todos los personajes que nos cruzamos en la película es que son gente sin poder. La película ilumina a estas personas, las revaloriza a través de la palabra y también a través de las enormes fotos de JR. De pronto, un cartero normal, por ejemplo, se ve en una foto que ocupa una fachada de tres pisos, se convierte en un héroe efímero.
Y usted convierte en heroínas a las mujeres de los estibadores. Feminista siempre, ¿cómo hay que seguir en la pelea?
Sí, claro, yo soy feminista. En la historia siempre que se da un paso hacia adelante, se da otro hacia atrás. Pero si comparamos la situación de la mujer a principios del siglo pasado con la de ahora, hay un gran progreso: hemos luchado por cosas básicas como el derecho a tener niños deseados. En cuanto al cine, si miras la cantidad de directoras que había cuando yo empecé, ahora hay 50 veces más. O mujeres en puestos de responsabilidad, en la política o la judicatura... Se puede discutir mucho al respecto, pero las cosas van avanzando. ¡Pero no hay que parar! En Caras y lugares, por ejemplo, hablamos con los estibadores de Le Havre, hombres muy machos, luchadores, que han ido a la huelga, pero yo les pregunto por las mujeres. Y dicen que sus prejuicios han cambiado... El feminismo hoy hay que hacerlo con los hombres, es difícil, pero es lo interesante.
Su vida, su cine, su lucha feminista… ¿son lo mismo o son facetas distintas?
Todo está en mi vida, en mi interior, no es algo que esté fuera de mí. Hace unos años hice una película, Las playas de Agnès, donde hablaba sobre mis películas, sobre la gente que he querido, sobre mi vida feminista... todo eso era mi vida, una especie de rompecabezas que acaba por encajar. Carlos Saura dice que no ve nunca sus películas, que mira al futuro, le comprendo, pero yo no pienso en el futuro, para mí el futuro es la muerte, aunque no tengo prisa por llegar ahí. Quizás me dé tiempo a rodar alguna otra película, a hacer alguna exposición de mis collages... Mientras hago todo eso está bien, pero no tengo un plan quinquenal, soy vieja, tengo 89 años. Estoy contenta de haber acumulado películas, amores, hijos y nietos, encuentros y amistades, experiencias... es una construcción que se ha ido haciendo y éste es el resultado.
Con ‘Caras y lugares’ sigue usted sumando encuentros, ¿cómo se plantearon esas relaciones con la gente que iban encontrando?
La intención era abrirse a los demás. En la película conversamos, no es una relación periodística. A veces hablo de mí con una persona, de mi vida, de mis hijos, de mis recuerdos... lo hago para crear una relación de confianza, de conversación, que les permita expresarse. Ahí está esa mujer del Norte, cuando ponemos su cara en su casa, de la que la van a echar, y se emociona y empiezan a caerle las lágrimas... y JR le hace un cariño, la abraza. Cuando estrenamos allí, nos contó que la película le había dado vida, porque la habían echado de aquella casa y nuestro trabajo la ayudó a superar esa mudanza obligada. Es una actitud humana, no de periodista profesional. Para ella ha sido útil y para nosotros, un gusto.
Esta película con una producción convencional hubiera sido imposible. ¿No se limitan demasiado las posibilidades en el cine?
Un productor convencional no hubiera querido nunca hacer esta película, porque son gente muy racional, dicen “seis semanas” y... Aquí no podíamos hacerla así, queríamos mantener la idea del paseo, del descubrimiento. Es verdad que ésta fue una producción muy particular, porque cada mes rodábamos una semana. Después de una semana de rodaje acabo agotada. ¿Has estado alguna vez en un rodaje? Hay que estar muchas horas de pie, corriendo de aquí para allá, y yo acabo muy cansada. Con lo que usábamos ese tiempo entre semana y semana para buscar más gente interesante, más contactos. Hemos tenido una productora maravillosa, que durante 18 meses estuvo buscando financiación, organizando, cambiando el equipo y volviendo a empezar...
Este año le han dado un Oscar Honorífico y el Premio Donostia en San Sebastián.
El reconocimiento más hermoso es la respuesta del público, la gente que te dice que ha disfrutado con tu película. Lo otro me da un poco de miedo, siempre temo que sea un reconocimiento oficial por mi edad, por mi trayectoria... He recibido muchos honores, y siempre los agradezco, los acepto, pero no es el objetivo de mi trabajo: lo es el encuentro con los espectadores, sus preguntas que a veces te dan una gran felicidad.
El ‘intocable’ Godard no les abrió la puerta cuando fueron a verle en su viaje, ¿fue muy decepcionante?
Todo el mundo fue muy amable, excepto Jean-Luc. Pero todos nos hemos encontrado con una puerta cerrada en nuestra vida. ¿No te ha pasado? ¿No te han cerrado nunca la puerta en las narices? (Agnès Varda no deja de reír). Si vienes a mi casa tienes la puerta abierta.
¿Por qué han conservado esto en la película?
Hemos conservado esa escena porque esa es la parte documental sobre nosotros mismos. Jean-Luc sin querer nos dio la escena final de la película.
¿Ha visto la película? ¿Ha hablado con él?
Le he mandado un DVD, pero no sé si la ha visto, no hemos hablado.
¿El final de una amistad?
No soy una persona negativa. Tuvimos una gran relación hace mucho, con Jacques (Demy), Jean-Luc y Anna Karina. Éramos cuatro amigos íntimos. Jacques y yo fuimos a América, estuvimos tres años allí y al volver, Jean-Luc ya vivía en otra ciudad... Ha pasado mucho tiempo de aquello. De todos modos, hay cosas que no se pueden borrar, el cariño, la ternura, la amistad, y me quedo con eso. Ahora es otra cosa, es cero.
Pues para el espectador es una pequeña desilusión esa actitud de Godard.
Hay un espectador que me ha dicho: ¡Le detesto! ¡Es un cerdo! (Y Agnès Varda sigue riendo).
Por otro lado, ¡qué bonito ese pequeño homenaje que hacen JR y usted a ‘Banda aparte’!
Sí, es un homenaje a aquella película, cuando los tres corren por el Louvre. Yo aquí lo hago en una silla de ruedas, porque ya no puedo correr.
En la película se ve a gente haciéndose selfies delante de las fotografías suyas y de JR, colgando las fotos en Instagram... ¿Cómo vive esta fiebre por las redes sociales?
Tiene un lado muy positivo y es que la gente ha tomado conciencia de su propia imagen. Aceptarse a uno mismo, aceptar tu imagen, saber vivir en el mundo de las representaciones. Ciertamente hay mucho narcisismo, pero ¿por qué no? A veces, en la calle, me piden hacerse selfies conmigo... seguramente volverán a casa y lo enseñarán y dirán “me he hecho un selfie con Agnès”. No es nada malo ni grave. En la película, por ejemplo, aparecen esos dos hermanos que se hacen una foto delante de la foto de su ancestro, y ese es un momento precioso y una evolución de la sociedad. Antes, para llamar por teléfono había que ir a una cabina y poner una moneda. La representación y la comunicación han cambiado tanto, quizás demasiado... ni siquiera sé si se pueden sacar conclusiones. Todo esto crea mucha libertad y facilita el intercambio. Yo misma tengo un Instagram oficial.
Hay cineastas que se quedan anclados en el pasado, al contrario que usted. ¿Cree que es un problema del cine, el de no renovarse con los nuevos tiempos?
Siempre he ido con el tiempo, pero no estoy aquí para decir si el cine va bien o mal. Por otro lado, a mí me ha gustado hacer ficción, pero la necesidad de hacer documentales es muy real. Nuestro trabajo es crear vínculos con el espectador: el momento en que ese agricultor explica que la nueva tecnología le permite trabajar 800 hectáreas él solo o que se quiten los cuernos a las cabras... esas son cosas del mundo de hoy. Este no es un documental sobre el pasado, sobre antiguas costumbres... JR y yo compartimos esa idea, nuestros encuentros, nuestros descubrimientos y esa visión tranquila pero contemporánea.
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