LA GRAN ACTRIZ, SARAH BERNHARDT (1844-1923)







Freud tenía un retrato suyo en el consultorio y Oscar Wilde le dedicó su obra Salomé. Pero Sarah Bernhardt no estaba destinada a ser la gran artista en la que se convirtió. De madre cortesana y padre desconocido, Sarah sufrió además un accidente que con la edad sería dramático para ella. Sin embargo, Sarah superó todas las adversidades y pasó a la historia como una de las mejores actrices de todos los tiempos. Sus interpretaciones alejadas de las excesos y sobreactuaciones y basada en la naturalidad y en una voz que envolvía el escenario en el que actuaba, atraparon a críticos y público. Tanto en el teatro como en los primeros años del cine, Sarah Bernhardt cosechó grandes éxitos y su fuerza de voluntad unida a su gran talento fueron la clave de su éxito.

La hija de la cortesana
Rosine Bernardt nació el 23 de octubre de 1844 en París. Su madre, Julie Bernard era una cortesana que ejercía en la capital francesa junto a su hermana. Julie tuvo varios hijos, todos de padres distintos y desconocidos. Rosine pasó los primeros cuatro años de su vida en la Bretaña donde quedó a cargo de un ama de cría. Fue allí donde, influenciada por la lengua bretona, Rosine adaptaría su apellido y lo convertiría en Bernhardt. En aquellos años sufrió un accidente y se rompió la rodilla derecha, quedándole mal para el resto de su vida.

Después del accidente Julie se llevó de vuelta a su hija a París pero dos años después, cuando tenía unos siete años, ingresó en un internado femenino cerca de Auteuil llamado Institución Fressard. Tras Auteuil, Rosine pasó al colegio conventual Grandchamp, cerca de Versalles donde empezaría a participar en las obras teatrales del centro.



Cuando Rosine ya había cumplido los quince años, su madre intentó que siguiera sus pasos como cortesana, a lo que ella se negó en redondo. Uno de los asiduos al salón de Julie, un medio hermano de Napoleón III conocido como el duque de Morny, y quien se especula que podría haber sido su padre, la ayudó para que pudiera ingresar en el Conservatorio de Música e Interpretación, donde ingresó en 1859. El duque también la ayudó, una vez finalizados sus estudios, a entrar en la prestigiosa Comédie Française, donde debutó en agosto de 1862, con la obra de Jean Racine Iphigénie. Poco más de un año permanecería en la Comédie Française debido a su fuerte carácter que le acarreó constantes conflictos con sus compañeros. En 1863 entró a formar parte del Teatro Gymnase donde durante poco más de un año participó en distintas representaciones con papeles menores.

Buscando su lugar en el mundo
Fue por aquellos años que Sarah Bernhardt conoció al que sería el primer amor de su vida y con el que tendría su único hijo. Charles-Joseph Lamoral, príncipe de Ligne, que así se llamaba el galán, no pudo hacer frente a las presiones de su elegante familia quien no vio con buenos ojos su relación con una actriz de teatro. Nada importó que Sarah hubiera quedado embarazada pocos meses después de iniciar su relación. El 22 de diciembre de 1864 nacía Maurice Bernhardt y Sarah vio como única salida a su complicada situación seguir los pasos de su madre. Por un tiempo, y mientras cuidaba de su hijo y continuaba buscando su lugar en el teatro, Sarah ejerció de cortesana.

En 1867 debutó en el Teatro Odeón con la obra de Molière Les femmes savantes, que supuso un paso importante en su carrera como actriz. Dos años después, su participación en Le Passant le traería la fama y el éxito que tanto tiempo había estado buscando.



Su éxito se vio interrumpido momentáneamente con el inicio de la guerra Franco-Prusiana en 1870. El Teatro Odeón se convirtió en un hospital de heridos y enfermos donde Sarah colaboró. Terminada la guerra y derrotado Napoleón III, muchos exiliados volvieron a Francia, entre ellos Víctor Hugo, cuyas obras Sarah interpretó de manera magistral y la encumbraron a lo más alto del mundo teatral.

Sarah Bernhardt volvía a la Comédie Française convertida en una actriz de éxito. Fueron los siguientes años un tiempo de alegría para Sarah, quien, además de sus interpretaciones teatrales, buscó inspiración también en el arte de la escultura. Disciplina que no se le dio muy mal pues llegó a exponer en varias ocasiones en el Salón de París. Las letras también la atrajeron y escribió varias obras.

El mundo se rinde a sus pies
En 1879 Sarah Bernhardt se dispuso a conquistar el mundo con su arte y su talento. Inglaterra, Estados Unidos, América del Sur, Australia, Egipto... Sarah viajó y actuó en muchos teatros de todo el mundo donde el público caía rendido a sus pies.



Sarah disfrutó en aquel tiempo de su éxito. Solamente un miedo escénico inicial impedía que la gran actriz disfrutara plenamente de unas actuaciones impecables en las que era capaz de interpretar con gran maestría tanto papeles de mujeres como de hombres.

Casada solamente una vez, con un oficial griego llamado Jacques Aristidis Damala, Sarah sufrió a causa de un matrimonio turbulento en el que ambos se fueron infieles hasta la muerte de él.

La actriz empresaria
Sarah Bernhardt había conseguido ser una mujer independiente y vivir de su gran pasión. Además de actuar con éxito en todos los rincones del mundo, Sarah se convirtió en la primera mujer empresaria del mundo del espectáculo gestionando las producciones de distintos teatros de París. Sarah actuaba, gestionaba sus producciones y se hacía cargo tanto de su hijo como de su hermana Régine a la que su madre Julie quiso también introducirla en su salón como cortesana.

También fue una gran protectora del pintor y cartelista Alphonse Mucha, quien la inmortalizó en algunos de sus más hermosos carteles. Su obra fue determinante para el Art Nouveau francés.

Sarah Bernhardt había conseguido lo que quería y disfrutó de su éxito con alguna que otra excentricidad. Entre ellas, su famoso zoológico privado en el que tenía desde un cocodrilo hasta un león y un tigre. Más estrambótica era su costumbre de descansar cuando le apetecía en un ataúd que se había hecho fabricar con todo el lujo posible.




Del teatro al cine
Con el cambio de siglo y la llegada del cine, Sarah se atrevió también con la nueva manera de interpretar y lo hizo con Le duel d'Hamlet en 1900 y La dame aux Camélias en 1906. Elisabeth, reine d'Anglaterre y Jeanne Doré fueron otras cintas en las que Sarah demostró que podía ser también una gran actriz de cine.

En 1914, un año después de rodar Jeanne Doré, le fue concedida la Legión de Honor. Pero poco después empezaría el lento declive de su carrera debido a sus problemas con la rodilla. El accidente sufrido de niña empezó a provocarle por aquellos años fuertes dolores en la pierna derecha que derivaron en la terrible solución de amputársela.

Pero Sarah Bernhardt no se rindió. Después de la operación, y en plena Primera Guerra Mundial, decidió viajar al frente en el que actuó para animar a las tropas francesas. Hasta su muerte, Sarah no dejó de actuar. Lo hacía en papeles que le permitían estar sentada aunque la cuerpo empezaba a ponérselo cada vez más difícil.

Estaba rodando una escena de La Voyante cuando Sarah Bernhardt se desmayó. Pocos días después, el 26 de marzo de 1923 fallecía en brazos de su hijo. El funeral fue multitudinario. Más de cien mil personas quisieron dar el último adiós a la que fue una de las mejores actrices de todos los tiempos.





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