Muere Luise Rainer, una actriz independiente





Tenía 104 años y parecía eterna Luise Rainer. “El secreto de una vida larga es no creer nunca a los médicos”, decía. Se la vio hace poco tomando café en una terraza de Lugano, ciudad en la que residió parte de sus últimos años. Y hace tres inauguró su estrella de la fama en Berlín, acomodada ya en silla de ruedas pero con la misma vitalidad y la misma sonrisa que la caracterizaron siempre. Murió ayer en Londres, ciudad en la que había cosechado algunos de sus grandes éxitos teatrales.
El teatro fue su pasión desde que de jovencita se alistó en la compañía del legendario Max Reinhardt (“Luise Rainer en un escenario es pura poesía”, dijo de ella Thomas Mann), pero pasará a la historia por los dos Oscar que recibió en la meca del cine: en 1937 por El gran Ziegfeld, y en 1938 por La buena tierra,arrebatándoselo en esa ocasión a Greta Garbo, candidata por La dama de las camelias, papel que la Rainer había rechazado. Luise Rainer cautivó con su expresión ensimismada, su porte frágil pero enérgico cuando era necesario, y una mirada que iluminaba de sabiduría su rostro, “con una luz propia que a nadie se parece ni a nadie se parecerá”, como dijo de ella Anain Nin.
En Hollywood triunfó pero se cansó pronto de los insípidos papeles que le ofrecían (“se creyeron que habían comprado un gato en un saco en vez de contratar a una actriz”, comentó), y regresó al teatro, aunque no a su Alemania natal, que había abandonado con la llegada de Hitler al poder. Militante antifascista, fue una dinámica defensora de la Segunda República Española, para la que recaudó fondos entre las gentes de Hollywood, habilitó un castillo en Francia para acoger a niños republicanos que huían de la guerra (a 10.000 dicen que llegó a dar cobijo) y sufragó en parte el rodaje de Tierra de España (1937), de Joris Ivens. De entre todas las figuras de Hollywood que se movilizaron contra Franco, “sin duda alguna fue Luise Rainer la que más hizo por la España leal”, según la escritora Lilian Hellman. En consecuencia, la simple mención de su nombre estuvo prohibida por el Gobierno de Franco, junto al de otras estrellas que habían tenido similar actitud.
En 1986, aniversario del principio de la guerra española, el Festival de San Sebastián le rindió un homenaje al que ella acudió. Adoraba lo español. Aún se recuerda el entusiasmo con que presentó el Oscar que ganó en 1983 José Luis Garci con Volver a empezar.
La Rainer fue una mujer rebelde e independiente. Se hizo famoso el discurso contra la invasión japonesa en China que pronunció en el Madison Square Garden, y durante la II Guerra Mundial se involucró con las Fuerzas Armadas de Estados Unidos viajando por Europa para alentar a los soldados, por lo que obtuvo el título de “teniente honorífico”. Tras la guerra regresó al teatro en Broadway y Londres, donde obtuvo nuevos éxitos, sin olvidar por ello la televisión... Pero jamás volvió a intervenir en el cine de Hollywood. Aunque apareció esporádicamente en alguna película europea, también rechazó una oferta del mismísimo Fellini. Nadie la doblegaba. En Hollywood había sido amiga de Einstein, Remarque, Brecht, Chaplin o del dramaturgo Clifford Odets, su primer marido, más tarde acusado de comunista por el Comité de Actividades Antiamericanas.
Cuando visitó San Sebastián fue alojada en el palacio de Ayete, donde Franco solía pasar sus vacaciones. Cuando se enteró de ello, la Rainer protestó, sin perder el buen humor pero horrorizada ante la idea de estar durmiendo en la misma cama del dictador. No hubo quien la convenciera de que el palacio había sido renovado tras la muerte de Franco, 11 años atrás. Prefirió un hotel más modesto. Era su genio.

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