Manuela Carmena: “Hay que reinventar la Justicia”


La ex jueza Manuela Carmena. Foto / Marcos León.
La ex jueza Manuela Carmena. Foto / Marcos León.









Manuela Carmena (Madrid, 1944) está jubilada de la judicatura, pero no de la lucha que comenzó en los años sesenta como abogada laboralista, periodo en el que vivió muy de cerca el trágico atentado del despacho de la calle Atocha. Convertida más tarde en jueza, durante la democracia se destacó por su ideario progresista. Fue fundadora de Jueces para la Democracia y sigue siendo muy activa en la reivindicación de cambios que humanicen, desburocraticen y acerquen al pueblo la Justicia. La entrevista que aquí reproducimos, publicada en el número 34 de ATLÁNTICA XXII, en septiembre de este año, fue realizada pocos días antes de la dimisión del ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón.
Pablo Batalla / Periodista.
¿Qué le parece el fenómeno de los «jueces estrella»?
Creo que es un término despreciativo hacia el juez que, de alguna manera, sale del montón, que plantea algo distinto. Es un término que hay que cuestionar, porque se emplea para desprestigiar la Justicia. Creo que toda la Justicia debería ser «estrella», que esa luz que se atribuye a unos «jueces estrella» debería estar difuminada por toda la Justicia. Hay que reinventar la Justicia, combatir su exceso brutal de burocracia y su falta de humanidad, de comunicación y de empatía con los ciudadanos y sus problemas. Todos los jueces deberían tener esas habilidades, no solamente unos pocos. Pero eso significa una manera diferente de estudiar el Derecho y de seleccionar a los jueces.
¿Qué cambios habría que hacer?
Fundamentalmente, modificar los estudios de Derecho. En Derecho se estudian las leyes, pero no los efectos que causan. Se estudia, por ejemplo, la ley relativa a los desahucios, pero no los efectos que causan los desahucios. Yo no paro de recomendar algo que ya hay en algunas universidades americanas, que son las clínicas jurídicas, que permiten que los estudiantes de Derecho constaten los efectos que produce el Derecho, que comprueben hasta qué punto el Derecho tiene que ver con la vida de las personas afectadas por las normas. En la carrera de Derecho se estudian las leyes de memoria, como loros, pero eso no tiene ningún sentido, porque hoy en día todo está en el ordenador. Lo importante es conocer los principios del Derecho, la realidad del Derecho aplicada al ser humano.
Se habla de las presiones que recibe el juez Castro en el caso Urdangarín. ¿Qué presiones reciben los jueces?
Yo creo que los jueces, aunque parezca lo contrario, reciben pocas presiones directas, salvo la de la prensa, que es normal y lógica. Yo nunca he recibido presiones directas: tan solo en una ocasión, en un juicio de mucha trascendencia, me llamaron unos compañeros y me pidieron que les dijera el resultado de la sentencia antes de que yo tomara la decisión, cosa que naturalmente no hice. Nada más. Presiones indirectas, sí: una especie de presión de la corporación, o incluso de autopresión del propio juez, en el sentido de no llamar la atención, de no meterse en problemas, de hacer las cosas como siempre se han hecho, en silencio. Hay toda una serie de pautas para pasar desapercibido. Por otro lado, también se piensa, muchas veces, que son conspiraciones actos que simplemente son resultado de la incompetencia de una Justicia que, además de ser oscura y de tener una alarmante falta de comunicación, no está pensada para la sociedad actual, no ve a las personas, sino solo los papeles.
Además de unos estudios complejísimos, ¿hay que tener una personalidad especial para ser juez?
Sí. Los estudios son lo de menos, lo importante son las habilidades. El juez tiene que ser una persona enormemente comprometida con su sociedad, empática con los seres humanos.
¿Cómo está viviendo el caso Urdangarín? ¿Ve irregularidades?
Sí, sobre todo en lo que respecta al fiscal, que parece un abogado defensor. Se habla mucho de la necesidad de modificar los jueces, pero menos de la necesidad de modificar la figura del fiscal, de replantearla. El fiscal general lo nombra el Ejecutivo, y eso no puede ser. Debe ser elegido por elección general, por el Parlamento o de cualquier otra forma que se decida, pero no por el Ejecutivo. También hay que replantearse su contenido, que ahora es muy ambiguo, porque, por una parte, es quien debe acusar, pero por otra es quien tiene la responsabilidad de dar satisfacción a las víctimas. Sin embargo, los fiscales desprecian ese cometido. Yo no he visto nunca que un fiscal se haya reunido con las víctimas, cuando lo suyo sería que, si representa sus derechos, fuera la primera persona en contacto permanente con ellas.
Partidos, lobbies clientelistas
En general, está muy en entredicho la independencia judicial en España. Por ejemplo, el Tribunal de Cuentas, que es quien debe fiscalizar a los partidos, lo nombran los propios partidos.
Eso viene de un mal que estamos viviendo ahora, que es la disfuncionalidad de los partidos políticos. En vez de instrumentos reguladores de la democracia, se los está viendo como lobbies clientelistas que solo sirven a sus propios objetivos. Es como si el chofer de una línea de autobús está borracho, e incumple su itinerario.
Hay dos figuras jurídicas que están siendo muy polémicas en los últimos tiempos: el aforamiento y el indulto.
El aforamiento no es ningún privilegio, aunque se vea así. Yo, como jueza, hubiera preferido, cuando he tenido algún problema, que me enjuiciara un juez normal, alguien que simplemente ha superado una oposición, en lugar de un Tribunal Superior o un Tribunal Supremo en los que hay mucha más designación directa de los Ejecutivos. El aforamiento significa que te juzgan personas que están más cerca de las cúspides del poder. Si a Baltasar Garzón le hubiera juzgado un juez normal en lugar del Tribunal Supremo, no le hubieran apartado de la carrera. Sea como sea, es una desigualdad. Cualquier persona debería tener el mismo procedimiento. Lo que es bueno para uno debería ser bueno para otro.
¿Y el indulto?
El indulto tiene un aspecto interesante que hay que salvar, que es de anular sentencias que, cuando se debe llevar a cabo su cumplimiento, han dejado de tener sentido, porque la persona ya ha rectificado su conducta y entrar en prisión puede ser incluso negativo para ella. Lo que no está bien es que sea prerrogativa del Ejecutivo: creo que debe ser el Poder Judicial quien lo aplique y que debe existir un cierto grado de iniciativa popular, una petición popular de indulto que tenga una gran posibilidad de determinar la decisión del Poder Judicial.
Otra cuestión polémica es la de las tasas.
Las tasas son un escándalo. La Justicia es un servicio público, y en la medida en que lo es no debe tener un precio que lo haga disuasorio. Creo que no se debería pagar nada por acudir a la Justicia. Se puede pagar, qué se yo, por las fotocopias, o alguna cosa así, pero no en líneas generales. La Justicia debe pagarse con los impuestos, y si hay abusos hay que buscar medidas para eliminarlos, pero no cuestionar que la Justicia es un servicio público y que debe estar al alcance de todo el mundo.
¿Qué le está pareciendo la gestión del ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón?

¿Cómo recuerda su etapa de abogada laboralista?
Pues es muy sorprendente, porque es un desastre. ¡Es muy torpe! Creo que lo peor de Gallardón es que es un ministro torpe (risas), en la medida en que lo que está haciendo es poner en marcha soluciones que ya se llevaron a cabo hace muchísimo tiempo y dieron muy mal resultado. Es una vuelta atrás, pero, además, una vuelta atrás que ya sabemos que no ha valido. ¿Por qué se vuelve a poner? Es muy torpe, y además lo está siendo sin escuchar a nadie, en contra de todos los sectores, de los abogados, de los jueces de todas las asociaciones… El caso es que a mí me parece un hombre muy inteligente. No comprendo cómo está resultando tan torpe en el momento de desarrollar su gestión.
Fuimos muy innovadores. Fuimos capaces de volver la legislación franquista, que era muy paternalista pero no se cumplía, o se interpretaba de manera restrictiva, en contra del propio Régimen. Dijimos: si está ahí, cúmplase, y así pudimos ayudar a los movimientos obreros que reivindicaban los derechos de sindicación y huelga. Demostramos que, cuando hay inteligencia, cuando hay capacidad de lucha, se pueden conseguir muchas cosas. ¡Y disfrutábamos mucho! Tuvimos el drama de los asesinatos de Atocha, que yo viví muy de cerca y fue un episodio terrible, pero por lo demás nos lo pasamos extraordinariamente bien, porque trabajábamos muchísimas horas, pero lo que hacíamos era muy bonito y teníamos la satisfacción de estar ayudando a reconocer derechos a los grandes colectivos de nuestra sociedad.
Hay quien pasa de ser abogado a ser juez porque siente que siendo abogado el grado de capacidad de modificación de la realidad es mucho más pequeño que siendo juez. ¿Fue su caso?
Sí, pero yo me alegro de haber sido abogada antes que juez, porque me permitió llegar a juez con una mochila llena de experiencias que me permitieron comprender mejor el papel del juez, la capacidad que tiene de interpretar la norma en sentido humano y posibilitar que las grandes mayorías puedan beneficiarse de su trabajo. Mi larga experiencia pidiendo justicia me vino muy bien para hacerla.
Estudiar para el marido
Otra vertiente importante de aquellos años fue la lucha feminista. ¿Cómo la recuerda?
Yo tuve suerte, porque viví en una familia en la que a las mujeres siempre se nos animó a que estudiáramos y trabajáramos. Cuando llegué a la Facultad de Derecho, me encontré a muchas estudiantes que decían que no iban a ejercer. Yo, entonces, les preguntaba que para qué estudiaban, les decía que aquello era un desperdicio; y ellas me decían que no, que estudiaban para, cuando se casaran, poder tener una conversación estupenda con sus maridos. Así fue cómo comprobé lo importante que era plantear la necesidad de que la mujer se pensara a sí misma como un ser humano que tenía todas las posibilidades.
¿Cómo ve hoy la situación de la lucha feminista?
Creo que no solo hay que plantear que las mujeres tienen los mismos derechos, sino ser conscientes de algo que me interesa mucho, que es la existencia de una cultura de las mujeres que es muy necesaria en este mundo. Plantear que los valores femeninos deben tener mucha más importancia. Las mujeres hemos sido, durante siglos, las grandes cuidadoras: de los hombres, de los niños, de los ancianos… Hay una cultura femenina del cuidado que me interesa que llegue al poder. El poder debe cuidar a todos sus ciudadanos, de cuidar a cada uno, de que cada uno tenga lo que necesita. Muchas veces, las mujeres que desempeñan puestos profesionales copian lo que hacen los hombres, porque, de algún modo, no se ven seguras, y entonces hacen lo que ven hacer a sus compañeros masculinos sin darse cuenta de que ésa no es nuestra función, sino que nuestra función es, por supuesto, tener las mismas condiciones que los hombres, pero también innovar.

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