Electroshock contra la creatividad femenina
¿Por qué encerraban en psiquiátricos a las artistas del siglo XX? Referentes tan importantes como Leonora Carringhton o Sylvia Plath recibieron electroshock.
La lista de suicidios y diagnósticos de enfermedades mentales entre las artistas del siglo XX es tan larga que una entiende enseguida que el mundo recibió con hostilidad a aquellas primeras mujeres que decidieron vivir en una habitación propia. Quizá habían ganado el derecho al voto y el acceso a la educación, pero cuando quisieron ser artistas se chocaron contra el gran muro del genio creador masculino. Ignoradas por la crítica, eternas 'compañeras de' hasta que el feminismo las recuperó, su obra se consideraba poco comercial tachándola de femenina, decorativa o demasiado intimista frente a la supuesta universalidad del trabajo artístico de los hombres blancos occidentales.
Mientras que la sociedad siempre ha aceptado cierto grado de locura en los hombres artistas como una excentricidad característica de su genialidad, el criterio fue muy diferente a la hora de juzgar a las mujeres. Se encerraba en hospitales psiquiátricos y aplicaba electroshock a aquellas que escribían poesía, a las que quisieron ser artistas, a amas de casa que no eran felices o a las jóvenes rebeldes que no quisieron ser como sus madres, casi siempre en contra de su voluntad y bajo la tutela de sus familias: padres, maridos o amantes que aceptaban el consejo de psiquiatras animados por los avances de la nueva ciencia.
Cuando le preguntaron por las mujeres de la generación beat a Gregory Corso la respuesta fue fulminante: "Hubo mujeres, estaban allí, yo las conocí, sus familias las encerraron en manicomios, se las sometía a tratamiento por electroshock. En los años 50, si eras hombre, podías ser un rebelde, pero si eras mujer, tu familia te encerraba. Hubo casos, yo las conocí. Algún día alguien escribirá sobre ellas." Con esta cita arranca Beat Attitude, la compilación de poemas de mujeres beat de Annalisa Marí y hace saltar la alarma: ¿Por qué este empeño, esta necesidad de apaciguar a las artistas, a las mujeres, hasta el punto de someterlas a terapia de electrochoque?
La mala fama de esta práctica viene tanto por sus efectos secundarios, como por el tipo de casos en los que se utilizaba. Durante décadas se usó para curar la homosexualidad –la Organización Mundial de la Salud la incluía entre su lista de enfermedades mentales hasta 1990–, Antonin Artaud o un Lou Reed adolescente fueron víctimas de esta forma de homofobia científica. Es famoso el caso de Ernest Hemingway, que recibió hasta once sesiones de electroshock que no mejoraron el diagnóstico de depresión ni la sensación de ser perseguido y espiado constantemente (años más tarde sus sospechas se confirmarían cuando se tuvo acceso a los archivos secretos y salió a la luz que había estado bajo vigilancia del FBI). En este sentido, el electroshock en sus orígenes no fue una terapia sino una técnica disuasoria, una forma de tortura más en la guerra de la normalidad contra individuos que amenazaban el statu quo de la sociedad: mujeres, maricas, adictos y poetas.
¿Por qué se aplicó la terapia electroconvulsiva (TEC) con tanta frecuencia a algunas de las mujeres más creativas e importantes del pasado siglo? Desde que se inventara en 1938, miles de personas han recibido electroshock, pero nos centraremos principalmente en los casos de mujeres artistas a las que les fue administrado durante la década de los 50, entre las que se encuentran la escritora Sylvia Plath, dos de las figuras más importantes del surrealismo como Dora Maar o Leonora Carringhton, o la escultora Niki de Saint-Phalle.
Empecemos por Leonora Carringhton. Escritora, pintora, collagista y escultora que siempre reivindicó su naturaleza salvaje. Recibió electroshock durante la Segunda Guerra Mundial en un hospital mental en Astorga, en el que fue encerrada por orden de su padre, un poderoso magnate de la industria química que no apreciaba el espíritu libre y la mente creativa de su hija.
Tras estudiar Artes en Londres, Leonora Carringhton viajó a París en 1937 y empezó una relación con Max Ernst. Ella tenía 20 años y él 47. La familia de Leonora, perteneciente a la alta burguesía inglesa, se oponía totalmente a esta relación y al estilo de vida de su hija que formaba parte del grupo de vanguardia surrealista. Aprovecharon el estado de desestabilización psíquica que le provocó el encierro de Max en un campo de concentración en 1939 para ingresarla en un psiquiátrico en contra de su voluntad.
La negativa de Leonora Carringhton a obedecer a su padre y a aceptar la dominación nazi fueron codificados como locura y tratados con electroshock. Escribió un diario – titulado Memorias de abajo– en el que relata su penosa experiencia.
Diferentes etapas de la vida de Leonora Carringhton. Queda patente en su mirada el antes y después de la Segunda Guerra Mundial, de estar encerrada en un psiquiátrico, conocer los estragos del electrochoque y tener que escapar de Europa.
Si bien Leonora continuó desarrollando su obra el resto de su vida exiliada en México – rodeada de amigas artistas como la pintora Remedios Varo, su marido y sus hijos–, quien no corrió la misma suerte después de recibir electroshock fue Dora Maar. Con solo 34 años, se recluyó en su estudio y rara vez volvió a salir salvo para asistir a misa.
Es difícil entender que Dora Maar –gran fotógrafa surrealista, comprometida pensadora de izquierdas de gran inteligencia, miembro de la vanguardia artística y cultural de su época, activista por los derechos humanos y reportera durante la Guerra Civil Española– decidiera no volver a salir de casa y abrazar la fe católica. Lo único que sabemos es que al romper Picasso su tormentosa relación de 10 años, Dora empezó a tener comportamientos extravagantes tratando de llamar desesperadamente su atención; Picasso y su amigo Eluard la ingresaron en una clínica psiquiátrica donde Jaques Lacan la sometió a intensas sesiones de electrochoque. Nunca sabremos exactamente qué pasó, pero el tratamiento debió de ser terrible para llegar a destruir su persona.
Hoy en día es obligatorio administrar relajantes musculares y anestesia a los pacientes antes de la TEC, las dosis se han ajustado para minimizar los daños y las convulsiones pueden provocarse mediante descargas eléctricas o una inyección del fármaco pentilentetrazol. Sin embargo, hasta finales del siglo XX, hubo muchas personas a las que se sometió a electroshock estando conscientes y una de ellas fue Sylvia Plath.
De niña prodigio de la poesía americana a poeta maldita, Sylvia recibió en 1953 varias sesiones de electroshock sin anestesia después de un periodo de insomnio y depresión a raíz de un bloqueo que le impedía escribir causado por su éxito precoz. La clínica se encontraba en una de las casas del barrio residencial donde vivía con su familia, la experiencia la dejó tan traumatizada que años más tarde la describirá como un castigo medieval en el poema El ahorcado:
"De las raíces del cabello un dios me ató.
Me retorcí en sus descargas azules como un profeta del desierto."
En un primer momento pareció dar resultado y después del tratamiento fue capaz de volver a escribir y ganar más premios. Consiguió la beca Fulbright de la Universidad de Cambridge y el resto es historia: se enamoró del poeta Ted Hughes, se casaron, tuvieron dos hijos, su matrimonio era un desastre y Hughes conoció a Assia Wevill y abandonó a Sylvia que terminaría suicidándose. Antes de morir escribió la mejor parte de su obra cada mañana en la mesa de la cocina, antes de que sus hijos se despertaran, y su poesía se volvió más introspectiva y autobiográfica explorando temas propios de la feminidad sobre los que no se había escrito poesía antes.
Su caso se incluye dentro del auge del uso del electroshock en mujeres durante los años 50. Betty Friedan denunciaba esta situación en La mística de la femineidad, una investigación del denominado "mal que no tiene nombre" que afectaba a las amas de casa estadounidenses. Estas mujeres que tenían estudios y se sabían inteligentes –a menudo habían conocido a sus maridos en el instituto o en la universidad– se deprimían o se volvían neuróticas al verse encerradas en los barrios residenciales, sin poder trabajar, condenadas a ser madres y amas de casa ejemplares. Friedan explica en su libro que miles de amas de casa norteamericanas que no conseguían encajar en el 'American way of life' recibieron electroshock y al volver a casa no recordaban a sus hijos. Cuando pienso en esa época siempre me imagino a Betty Draper fumando un cigarrillo tras otro y disparando hacia el jardín del vecino.
Niki de Saint Phalle. Foto vía
Seguramente algo así quería reflejar Niki de Saint Phalle en 1961 cuando realizó la primera obra de su serie Tirs, en la que enganchó bolsas de pigmento líquido en superficies blancas en relieve y les disparó con un rifle del calibre 22. La propia artista declaraba: "El humo me transmitía una sensación de guerra. La pintura era la víctima. ¿A quién representaba la pintura? ¿A mi padre? ¿A todos los hombres? ¿A los hombres bajos? ¿A los altos? ¿A los corpulentos? ¿A los gordos? ¿A mi hermano John? ¿O acaso me representaba a mí misma? (...) Me estaba disparando a mí misma, disparaba a una sociedad plagada de injusticias, disparaba a mi propia violencia y a la violencia de los tiempos.".
Niki de Saint Phalle –pintora, escultora y directora de cine– había recibido terapia de electrochoque en 1953 tras una grave crisis nerviosa. Después de este episodio continuó su trabajo artístico creando figuras como los inquietantes ex-votos o las Nanas, figuras de mujeres en papel maché y poliéster pintadas de vivos colores, su obra llegó a servirle literalmente de refugio ya que vivió durante años dentro de sus esculturas habitables. A los 62 años publicó Mon Secret, un relato autobiográficodonde revelaba que su padre, honorable banquero católico, empezó a abusar sexualmente de ella cuando tenía 11 años. Este dato dotó toda su obra de una nueva lectura.
Tras la Segunda Guerra Mundial, occidente sufre una regresión a los valores tradicionales, rompiendo con la progresiva adquisición del espacio público que las mujeres venían conquistando desde finales del siglo XIX. La represión de esta época –especialmente en Estados Unidos– hizo eclosionar los movimientos sociales de los años 60, la lucha por la igualdad de derechos raciales y el feminismo.
A pesar de las críticas desde algunos sectores de la psicología o la antipsiquiatría, en la actualidad se sigue utilizando la TEC en casos de depresión mayor en los que otros tratamientos no han funcionado. Aunque no han desaparecido sus efectos secundarios similares a una lesión cerebral, cada año miles de personas de todo el mundo lo reciben. Han pasado varias décadas y todavía un 70 por ciento de los pacientes a los que se administra electroshock siguen siendo mujeres.
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