TÉCNICAS DEL TOTALITARISMO PARA UNA CAMPAÑA ELECTORAL


19 diciembre 2017 CCCBPortada
Hannah Arendt | Foto: Archivo CCCB
Las pensadoras Fina Birulés y Martine Leibovici, presentadas por À. Lorena Fuster, conversaron en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona a partir de diversos textos de Hannah Arendt. El acto sirvió como puesta de largo de la colección El arte de leer, de Eudeba y Katz Editores.
Hannah Arendt, quien prefería ser considerada teórica política antes que filósofa, defiende que la verdad tiene muchas caras y está viva y, sin embargo, sin negar la pluralidad, dedica diversos artículos a la construcción de la mentira (precisamente a través de la tiranía de la opinión) en los regímenes autoritarios y cómo, de alguna manera, las democracias modernas han heredado algunas prácticas de manipulación que aún hoy los políticos utilizan.
Birulés presenta a Arendt como una intelectual indomesticable, que “piensa sin barandilla”, y que es capaz de defender su independencia utilizando diversos idiomas, desde el periodismo a la poesía. Lo que sí intenta hacer, en todo momento, es rehabilitar la dignidad de la política para intentar comprender el presente. Sin un sistema cerrado, siempre desde un carácter tentativo, y sin aspiración normativa.
Todo pensamiento, pues, tiene el rostro del experimento. Y toda escritura, el gesto de algo que se sabe provisional. No existe en Arendt una voluntad de sistema. Si no escuchamos el sonido de la experiencia lo único que nos queda es teoría. Y la teoría por sí sola no explica eso a lo que llamamos realidad. Por eso para la pensadora alemana es tan importante la imaginación, porque nos permite pensar la contingencia, lo que ha sido y también lo que podría haber sido. Comprender el acontecimiento no es narrar las atrocidades. El poliedro es mucho más complejo. No somos el resultado de una descripción enciclopédica.
Birulés y Leibovici |Foto: CCCB, Miquel Taverna
Nos dice Birulés que no hemos de olvidar que la mentira es intencional (tiene un objetivo) y relacional (va dirigida a alguien concreto). Por eso Hannah Arendt diferencia la mentira tradicional (alguien dice algo diferente de lo que sabe) de la mentira contemporánea (no hay límites, la mentira sustituye a la verdad).
En la mentira tradicional el engaño está legitimado porque va dirigido únicamente al enemigo. Se trata de ocultar. En la mentira contemporánea la mentira se convierte en una patología. Se trata de destruir. Ése es, en efecto, el objetivo de la propaganda en el totalitarismo. Todo lo falso puede ser convertido en cierto. Todo lo cierto puede demostrarse como falso.
Acudiendo a Leibniz, Arendt también distingue entre las verdades de razón (los análisis lógicos y las matemáticas) de las verdades de hecho (que se establecen por testimonios directos y, por lo tanto, son mucho más vulnerables). Admitiendo esa fragilidad (la memoria puede fallar o pueden existir contradicciones), los hechos existen, no los podemos negar. La pensadora alemana, en este sentido, se muestra contraria, según nos cuenta Fina Birulés, a esa afirmación que considera las opiniones como el punto de partida de la democracia.
Es la disolución de fronteras entre hecho, opinión e interpretación lo que permite, en nuestras democracias, creer que la realidad no existe. Es Simone Weil quien ya nos advierte de que obsesionados con tomar partido “a favor” o “en contra” nos hemos olvidado de la obligación de pensar.
La posverdad como concepto contemporáneo resuena aquí en Arendt. Sobre todo, nos dice Martine Leibovici, cuando algunos personajes de la realidad (cita a Donald Trump) han establecido su estrategia política considerando que no hay hechos, solo opiniones. Y pueden ser intercambiables en todo momento. Birulés va más allá y se pregunta si el autoengaño se puede considerar mentira. Y, sobre todo, se muestra preocupada cuando los hechos ya no importan, no generan nada. El caso de partidos corruptos que vuelven a ser votados sistemáticamente es un buen ejemplo.
Considerar la transparencia sinónimo de verdad es, nos dice Birulés, otro de los errores del presente. Por muchos datos que sean filtrados, si no son explicados, no constituyen más que cifras. Hay que recordar que Arendt confiaba en la prensa para explicar esos números desnudos. Hoy la desconfianza hacia los medios de comunicación es más que evidente.
Sello de Hannah Arendt
Leibovici recuerda que un género como el reportaje nos permite sortear esa creencia que sostiene que la realidad es el resultado de un cálculo. Y el periodismo (al menos como lo entendía Arendt) combate esa idea generalizada de que unos expertos, encerrados en sus despachos, pueden encontrar un método para explicar la verdad a través de una única ecuación. Construyen informes, los transforman en cifras, evalúan los riesgos. No juzgan, calculan.
Esa matematización de la realidad, tan actual, intenta también transformar la opinión de la gente a partir de meras conjeturas. ¿Por qué los políticos en las campañas electorales sólo pueden explicar sus programas a través de gráficos y esquemas? ¿Por qué no dejan de enseñarnos papelitos y nos dicen cuál es su propuesta concreta para disminuir el paro o mejorar la sanidad pública?
Una prensa independiente, defiende Leibovici, es esencial para que la libertad de opinión no se convierta en una cruel mitificación.
Arendt considera que no toda convivencia humana es comunidad política. La pluralidad no es la suma de multitudes, no es la fusión de individuos, sino un espacio relacional.
Una suma de votantes diciendo “me gusta” o “no me gusta” no constituye una realidad. Si los hechos no importan, la verdad tampoco. Si la mentira organizada es común, la verdad no tiene ningún valor para nosotros.
Leibovici insiste en que los ensayos que Hannah Arendt dedica al totalitarismo descubren algunas estrategias políticas que siguen siendo utilizadas en las sociedades supuestamente abiertas. El uso de la imagen como constitutivo de verdad, el marketing como motor del discurso político, o la generalización de las Relaciones Públicas en las campañas electorales son sólo algunos ejemplos. Su vigencia es abrumadora.

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