Doña Angelita: la española que vislumbró la era digital en los años 40





El cielo de Estados Unidos ardió en fuegos artificiales. Fue el 4 de julio de 1971. Michael Stern Hart fue a verlos y, al volver a casa, entró en una tienda de comestibles. En la bolsa de la compra introdujeron, como regalo, un pequeño libro con la Declaración de Independencia de EEUU. Al llegar al apartamento, encendió su máquina de teletipo, copió el texto e intentó enviarlo al centenar de usuarios que usaban entonces la red Arpanet. El sistema no podía transmitir una información tan pesada y el estudiante de interfaces la empaquetó en un archivo descargable.
La Historia atribuyó a Hart la invención del libro electrónico pero unas décadas antes, muy lejos de ahí, ocurrió algo insospechado que ya vislumbraba el ebook y la tableta digital. Fue en la España aciaga de los años 40. En El Ferrol del Caudillo.
En esa ciudad militarizada vivía una maestra llamada Ángela Ruiz Robles. Había nacido en 1895, en Villamanín (León), pero a los 23 años aprobó unas oposiciones del Estado y la enviaron a Galicia. Allí trabajaba en un colegio nacional y, cuando terminaba, daba clase a adultos analfabetos que no podían pagar su educación. También se hizo empresaria. Creó una academia para preparar oposiciones y, al cabo de unos años, fundaría una editorial para publicar sus libros.
Después de 20 años dedicada a la educación se había instalado una certeza en su vida: los métodos de enseñanza de la época resultaban aburridos y poco útiles. Aprender se basaba en memorizar y todo lo que tenían que recordar de memoria estaba escrito en unos libros que acarreaban todos los días desde su casa al colegio en una cartera que cualquier día les doblaría la espalda.
Doña Angelita, como la llamaban sus alumnos, pensaba que los materiales que se utilizaban en el colegio habían quedado congelados en el tiempo. A menudo decía: «Si los muertos resucitaran, verían los avances en teléfonos, en que ya no tardamos 24 horas en llegar hasta Madrid, en los televisores… Se darían cuenta del paso del tiempo. Pero si miraran la enseñanza, pensarían que no había pasado el tiempo, o que se equivocaron de siglo y que continuábamos como en la Edad Media».
La profesora pensó que había que hacer algo para rescatar la enseñanza de ese pasado en el que estaba atrapada. Por las noches, cuando acostaba a sus tres hijas en su casa de El Ferrol, encendía una luz tenue y empezaba a trabajar en su máquina de escribir. De aquellas veladas y aquella ambición saldrían 16 libros sobre ortografía, taquigrafía y gramática, y tres inventos.

EL LIBRO MECÁNICO
El primero fue un «libro mecánico» que hoy recuerda a una tableta digital. En 1949 Ruiz Robles presentó un soporte de lectura compuesto por unas láminas con un dibujo de un cerdito flautista y otro de un cactus. En distintas partes del animal había un texto escrito que se iluminaría cuando el estudiante lo tocara. Posar el dedo sobre un lado de la pajarita que llevaba al cuello alumbraría esta frase sobre todas las demás: «Dividir : es repartir». Al tocar el otro lado, resplandecería: «Multiplicar X es aumentar».
El invento quedó recogido en la patente 190698 como un dispositivo con«procedimiento mecánico, eléctrico y a presión de aire para lectura de libros». La profesora lo presentaba en ese documento como un aparato de «enseñanza intuitiva, amena y para aprovechar con rapidez los momentos que la atención pueda estar fija hacia un punto determinado». Hablaba de las «ventajas extraordinarias de la presentación real de las cosas para, con deleite y agrado, conseguir el máximo de conocimientos con un mínimo esfuerzo».
Doña Angelita, que entonces era directora del instituto Ibáñez Martín, redactó en el formulario de la patente que quería aprovechar esas materias que «se están aplicando a los avances y progresos, para el aprovechamiento y bien común de la Humanidad». Eran la electricidad, «el llamado cristal irrompible (plexiglás)» y la «goma elástica, fuerte y resistente a la presión del aire».
En ese primer libro mecánico, Ruíz Robles introdujo ya el concepto de hipertexto. Proponía que una pulsación descubriera un texto y que una pantalla fuera la puerta a distintas informaciones. La profesora planteó este diálogo igual que se produce hoy en una tableta. Entre una pantalla y un dedo. Entre sus bocetos, hay dibujos que explican cómo sería el circuito eléctrico y cómo estarían dispuestos los empalmes de las pilas, las lámparas, los pulsadores y los hilos conductores.
«Esa patente está basada en cables eléctricos que iluminan un texto cuando alguien lo toca. Es como una pantalla táctil. Al tocar el cerdito, se iluminan unos metadatos. Tenía un concepto actual pero no pudo crear ningún prototipo porque no era fácil con los materiales de antes. En esa época ni siquiera había transistores. A Ángela no le gustaban los libros tradicionales. Pensaba que era más interesante ver y tocar que pasar páginas», explica Santiago Asensio, responsable de la publicación Ángela Ruíz Robles y la invención del libro mecánico, frente a un expositor que muestra los inventos en el Espacio de Fundación Telefónica en Madrid. Ahí estarán hasta el 28 de junio y después volverán a su lugar habitual, el Museo de Ciencia y Tecnología de A Coruña.
Doña Angelita escribió en la patente que la lámina podría «tener la propiedad de ser luminosa» para que los alumnos pudiesen leer y estudiar «sin más luz que su resplandor». Pero, además, pensó que ese dispositivo tenía que ayudar a leer a los niños que veían las letras borrosas y por eso incluyó un sistema de lentes de aumento que hacía los textos más grandes. Era exactamente lo mismo que hoy hace el zoom.
La leonesa mantuvo la esperanza de poder fabricar ese primer libro mecánico hasta 1961. Ese año dejó de pagar la patente, según Asensio. Pero eso no significaba que había desistido. Al contrario. Al año siguiente fue al registro con un nuevo artefacto que mejoraba al anterior. Doña Angelita registró la enciclopedia mecánica. Aunque antes de llegar a lo que definió como un «aparato para lecturas y ejercicios diversos», surgió otro invento en sus noches de estudio.

EL ATLAS GRAMATICAL
Eran los años 50. El país todavía arrastraba hambre y escasez. Ruíz Robles seguía dedicando sus veladas a buscar alternativas al libro tradicional. Esta vez pensó en un formato que también era de papel. Lo llamó Atlas gramatical y, en una versión mejorada, Atlas científico gramatical. En su planteamiento pedagógico, esta obra también se adelantó a su tiempo. Los materiales, en cambio, estaban ubicados en aquel presente y por eso se pudieron producir. El primer atlas era un desplegable en papel, organizado en resúmenes y enlaces que llevaban de unas materias a otras. El segundo fue más ambicioso. La maestra intentó que sus contenidos relacionaran lecciones de ortografía, morfología, fonética y sintaxis con la geografía del país al ir pasando de una página a otra. Era el concepto del hiperlink en versión analógica.
«El fin primordial ha sido el ofrecer a la humanidad un mapa y atlas gramatical que vayan paralelos con la estructura social del mundo y que respondan al progreso del vivir actual. A la vez contribuye a extender el idioma como medio fiel del pensamiento», escribió la periodista Carmen Payá en un artículo que dedicó a la inventora en su libro Una mujer triunfa.
Ese mismo año, Dígame, una de las revistas semanales más populares en la década de los 60, publicó una entrevista a la inventora en la que el periodista escribió: «Si no fuera porque ocuparía un espacio del que no dispongo, les explicaría a ustedes la ingeniosidad del ‘Primer Atlas Científico Gramatical’, que también se exhibe en París. Este atlas resume, en pocos párrafos, una gran cantidad de textos. Del mapa de España, en el centro, salen cuatro flechas hacia otros mapas de España también. En estas flechas se lee, respectivamente: Fonética, Sintaxis, Morfología y Ortografía. Rodean a los cuatro mapas de los extremos unas como pequeñas islas. Cada una de ellas responde a una enseñanza condensada en pequeños párrafos. Todo muy ingenioso, práctico, rápido y, sobre todo, divertido. Es el compendio de aquella frase famosa de “enseñar deleitando”. ¡Ah! y al final del atlas están Europa, Asia, África…, dispuesto todo del modo más original».
El dictador Francisco Franco había cerrado las puertas del país y lo había convertido en una autarquía. La maestra, que vivía frente a la inmensidad de un océano, se adelantó de nuevo al tiempo y no tuvo en cuenta esas verjas para crear sus nuevos métodos de enseñanza. El atlas, dijo en una entrevista, «es de una facilidad asombrosa para que los extranjeros aprendan el idioma español a la vez que conocen la geografía de España». Los dos atlas se imprimieron en color y fueron admitidos por la Real Academia Española y el Ministerio de Educación.
Esta misma idea apareció de nuevo, seis décadas después, en un proyecto que une la Wikipedia con Google Translate. El mapa interactivo, llamado Wordmap, está formado por una caja y un planisferio. El que entonces sería ‘estudiante’ y hoy es ‘usuario’ introduce un término en ese campo y busca un destino del mundo con su cursor. Al hacer clic sobre un país, suena esa palabra en el idioma del lugar señalado.
–¿Qué hace usted para inventar? –preguntó Carmen Payá a Doña Angelita.
–Conocer profundamente una materia. A esto ayuda poseer la mayor cultura posible y conjuntamente con estos bagajes humanos, la inspiración, que es obra de Dios, claro.
–¿Una buena inventora puede ser al mismo tiempo una buena ama de casa? –cuestionó en una entrevista, en 1958, en el diario Pueblo.
–Sí. Sí. Pero es necesario que los sirvientes o personas que le rodean no la obliguen a conversaciones amplias de cosas de tipo corriente. El silencio es imprescindible, pues facilita la gestación de esas ideas, que luego favorecen el progreso del mundo.
Aquella profesora de Ferrol tenía la misma actitud que muchos de los grandes inventores y visionarios de la historia. La ambición de doña Angelita, igual que la de Nikola Tesla, Steve Jobs o Ferran Adrià, era infinita. Mejorar la enseñanza se convirtió en la obsesión de su vida. «No se siente nunca satisfecha. Desea constantemente estar venciendo dificultades, solucionando problemas que acorten cada vez más el periodo de la enseñanza, de todas las enseñanzas», escribió en otro artículo Carmen Payá. «Es la directora del grupo escolar Ibáñez Martín, de El Ferrol del Caudillo, y cuando termina su trabajo, se encierra en su casa a insistir en los inventos. A perfeccionar los ya hechos o a inventor otros».

LA ENCICLOPEDIA MECÁNICA
En 1962 registró un nuevo invento. Fue el aparato que la ha rescatado del olvido y la ha introducido en la Wikipedia como precursora del ebook. Los galardones y las entrevistas de Doña Angelita se iban colando por el absorbente agujero del pasado hasta que un día el subdirector de transferencia de tecnología del Ministerio de Economía y Competitividad, y a la vez nieto de la profesora, Daniel González de la Rivera, se acercó al jefe de publicaciones del organismo, Santiago Asensio, y le dijo:
–MI abuela inventó un libro electrónico en los años 40.
–¿¡…!? ¡¿Cómo!? –preguntó Asensio, sorprendido y un poco incrédulo.
Ese dispositivo era la enciclopedia mecánica. La profesora construyó un único prototipo de ese «aparato para lecturas y ejercicios diversos», con patente 276346, en el Parque de Artillería de El Ferrol. «Es un libro que, cerrado, no abulta más que un estuche o cartera del tamaño de un libro corriente. Su peso es insignificante. Abierto es de fácil manejo y puede utilizarse en cualquier forma o figura y estar también en cualquier pantalla de cine o de televisión. Pueden llevar sonoridad con explicación de temas en forma intuitiva, práctica, atrayente y amena», explicó en una entrevista que tenía como título La enciclopedia mecánica para todos los idiomas ha sido inventada por una española.
«Intuitiva», mencionó Ángela. Esta palabra guía hoy a legiones de programadores en todo el mundo. Y en su objetivo, aquel aparato también recuerda al presente: almacenar mucha información en poco espacio y llevarlo de un lado a otro sin partir la espalda, es decir, la portabilidad.
La enciclopedia parecía un pequeño maletín. De alto y largo era un poco más grande que una tableta actual. El ancho era varias veces mayor. En su interior se colocaban unas bobinas con distintas asignaturas, en español, inglés y francés. El niño cambiaba los carretes cada vez que estudiaba una materia en lugar de cambiar de libro. Esas bobinas hacían el papel de lo que fue después el disquete, el CD, el USB o las aplicaciones.
La inventora volvió a tener en cuenta a los niños con problemas de visión e incluyó en su proyecto la posibilidad de incorporar unas lentes de aumento, el actual zoom. Pensó que debía haber muchos dibujos y, en la parte inferior, dejó un espacio para incluir tecnologías de sonido y calculadoras cuando las inventaran en un tamaño más discreto al de aquellos primeros magnetófonos de la época.
«Para escribir, tenemos máquina; para ver, televisor; para hablar, teléfonos y tantos otros ingenios que el hombre ha hecho. Los estudios reclaman esta corriente mecánica para que los lleve paralelos con el ritmo acelerado de la evolución técnica universal», explicó en una de sus presentaciones. «No tiene páginas. Tiene materias que van en bobinas como máquinas de fotografiar o el mismo cine y esas pueden ser igual en japonés que chino, que ruso, que francés o italiano. Puede llevar sonoridad, tiene la posibilidad del cristal aumentado y las piezas son intercambiables. Y todo queda del tamaño de un libro corriente y de facilísimo manejo».
Doña Angelita podía imaginar ya un sistema audiovisual al que ella hacía referencia con una palabra similar.
–¿El sistema de ese libro? –le preguntó un periodista de El correo gallego en agosto de 1962.
–Ideovisual. Ya observará usted que responde al progreso del vivir actual y cumple las leyes de la enseñanza en general. Por su calidad de internacionalidad, facilita en el mundo el arte de enseñar a profesores, pedagogos, especialistas de la enseñanza, etc.
–Muy bien. ¿Qué forma de enseñanza caracteriza a este libro, doña Ángela?
–Pues la forma de enseñanza es atractiva y práctica. Se trata de una pedagogía ultramoderna.
Así era. «Sus conceptos estaban adelantados a la época. Pensaba con una visión actual. Pero con los materiales de aquella época no se podían construir muchas de sus propuestas. Yo lo comparo con un troglodita que quiere construir un rascacielos. Puede tener la idea muy clara, pero era imposible construirlo en aquel tiempo», especifica Asensio en una cafetería de Madrid.
Ese «fácil manejo» del que hablaba siempre Doña Angelita es hoy la perseguidausabilidad. Girar los carretes de la enciclopedia para ir descubriendo sus contenidos recuerda al actual scroll para deslizarse por los contenidos de una web. Doña Angelita propuso que aquel libro se debía leer en horizontal y vertical, igual que ocurre hoy con las tabletas. Sería una herramienta de lectura y también de escritura. «Lleva, además, un plástico para escribir y dibujar», indicó en una de sus entrevistas con Carmen Payá.
La maestra dedicó el resto de su vida a contar su idea. Fue a ferias de varios países y a decenas de despachos de organismos oficiales y editoriales. Estaba convencida de que su invento, además, resultaba más económico que un ejemplar de papel. «Esta enciclopedia mía, cerrada, queda del tamaño de un libro corriente y de facilísimo manejo. Y para autores y editoriales reduce considerablemente el coste, por no necesitar ni cosido ni encuadernado, y queda impresa en una tirada», indicó en el artículo de Una mujer triunfa.
Ni siquiera la paró la jubilación. Ruíz Robles viajó a menudo a Madrid para seguir visitando editoriales y despachos del Ministerio de Educación con la intención de que su enciclopedia acabara en todos los colegios. Su nieto la acompañaba siempre. «La enciclopedia estaba reconocida como libro de texto por el Ministerio de Educación, pero supongo que a las editoriales no les gustó porque, al fin y al cabo, era competencia de los libros que ellos editaban», cuenta González de la Rivera.
En una entrevista de 1958 la maestra dijo que algunas «firmas extranjeras» querían comprar su primera patente pero ella siempre se negó a que sus inventos se fabricasen fuera de su país. Ese interés venía de Estados Unidos, según sus hijas, pero nunca lo tuvo en cuenta. «Mi deseo es que sea España la que pueda beneficiarse de mi trabajo», declaró. Doña Angelita, durante ese tiempo, había ido acumulando carnés de inventora en este país. En 1952 le concedieron la ‘Tarjeta del inventor’ y en 1966 obtuvo un carné de ‘Inventor científico’ de la Federación Politécnica Española de Diplomados.
En todos esos años de recorrer despachos ocurrió algo que hizo pensar a la maestra que, por fin, su enciclopedia entraría en los colegios. En 1971 consiguió que el Instituto Técnico de Especialistas en Mecánica Aplicada (ITEMA) hiciera un anteproyecto para fabricarlo y analizara la viabilidad económica del proyecto. La propuesta contemplaba que el libro mecánico se produjera en plástico y acero, y cada ejemplar costaría entre 50 y 75 pesetas. No pudo ser. Ni siquiera lograron financiación para crear un prototipo.
Doña Angelita murió en 1975. Hasta el día de su muerte pagó, puntualmente, las cuotas de su patente con la esperanza de que los escolares dejaran de acarrear carteras repletas de libros. Hoy todavía ocurre así. Su propósito de que todas las materias estuvieran en un único dispositivo sigue siendo considerado tecnología punta. Este mismo año, Telefónica y el Ministerio de Educación han presentado un proyecto de aula virtual en el que los alumnos y los profesores dejarán de usar libros de papel.
Los contenidos de las asignaturas, las actividades, las notas, la agenda y todos los materiales que necesitan para la clase estarán en digital y accederán a ellos mediante un único dispositivo. La plataforma pedagógica en internet que utilizarán se llama Weclass. Esta tecnología dista mucho de lo que la profesora de León tenía a su alrededor pero los lemas que emplean hacen referencia a los mismos retos que ella se planteaba en los años 30: «Enseñar nunca fue tan fácil» y «Aprender nunca fue tan divertido».
En 2002, Michael Stern Hart, el proclamado inventor del libro electrónico, dijo en una entrevista con The Guardian: «Lo que me ha permitido llevar a cabo este proyecto es estar en el sitio correcto en el momento adecuado, al igual que le ocurre a los inventores con sus inventos. De alguna manera yo había previsto lo que iba a ocurrir con la Red treinta años después». Doña Angelita, en cambio, tuvo que conformarse con otro tipo de gloria. Algo que repetía a menudo: «El placer cumplido proporciona dulce gozo».

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