Irène Nemirovsky
Irma Irina nació en Kiev en 1903. Su padre, Léon Némirovsky, era un importante banquero de origen judío hecho a sí mismo. Pese a la posición acomodada de la familia, Irina pasó una infancia solitaria debido a la indiferencia de un padre más preocupado por sus negocios y a la hostilidad de una madre que veía a su hija como una molestia. Profunda huella dejó en la niña la tensa relación con su madre. Estas experiencias las recrearía posteriormente en las familias disfuncionales de sus novelas David Golder, El baile, Jezabel y El vino de la soledad, la más autobiográfica de ellas.
En 1917, con el estallido de la Revolución de Octubre, los Némirovsky abandonaron Rusia y emigraron hacia occidente. Después de residir durante unos meses en Finlandia y en Suecia, recalaron en Francia y se establecieron en París en 1919. La aclimatación fue fácil para Irina (ahora Irène): ya sabía hablar francés gracias a las lecciones recibidas en su niñez de su institutriz gala, a la que estaba más unida que a su madre, y se licenció en Letras por la Universidad de la Sorbona. Irène se movía con soltura en los ambientes sociales parisinos, los felices años 20 transcurrieron entre fiestas y veladas; así conoció a Michel Epstein (como ella, de origen ruso y ascendencia judía), con el que se casó en 1926. De este matrimonio nacerían dos niñas.
Por ese tiempo, inició su carrera literaria, influenciada por las técnicas de Chéjov y Turguénev. Escribió relatos y novelas cortas que aparecerían en revistas, títulos entre los que destaca el exquisito cuento Un niño prodigio (1927), la conmovedora historia de un juguete roto. La fama llegaría en 1929 con la publicación de la novela David Golder, que se convirtió en un éxito fulgurante, siendo adaptada al cine y al teatro. A ella seguiría El baile (1930), otra sensación, igualmente llevada a la gran pantalla. Ambas novelas tienen en común las tensiones en el seno familiar y el incisivo retrato de unos nuevos ricos que intentan hacerse un sitio entre la buena sociedad.
Estos éxitos le abrieron las puertas de los círculos literarios franceses. Admirada por los lectores, respetada por los intelectuales, gozó de gran notoriedad durante la década de 1930 y desarrolló una prolífica trayectoria. En este artículo nos centraremos en las obras que giran en torno a la emigración, ligadas en mayor o menor medida a su propia biografía.
Suite francesa fue el proyecto más ambicioso de Némirovsky, una obra planeada como una sinfonía en cinco movimientos o partes. Novela épica sobre una nación desgarrada por la Segunda Guerra Mundial, plasma la situación en Francia bajo la ocupación alemana. La obra quedó inconclusa, Irène solo pudo completar las dos primeras partes antes de ser arrestada, aunque dejó notas sobre cómo pensaba continuarla y relacionar las tramas. La sección que abre la novela, “Tempestad en junio”, es una historia coral en la que se narra el éxodo de los ciudadanos parisinos ante la invasión del ejército alemán en junio de 1940. Encontramos un grupo variopinto de personas, pertenecientes a distintas clases sociales. La autora dibuja un cuadro en ocasiones brutal, que muestra una cara a veces no muy amable de unos personajes en circunstancias de necesidad y desesperación. La segunda parte, “Dolce”, aparentemente independiente de la primera, transcurre en una pequeña localidad bajo ocupación cuyos vecinos tienen que acoger a los oficiales germanos y convivir con ellos.
La edición de la novela también incluye un apéndice que recoge fragmentos extraídos de los diarios, en los que se observa tanto el proceso de creación de la obra como las reflexiones de la autora sobre la situación política del momento, y unas estremecedoras cartas en las que queda patente la inquietud de los Epstein ante el destino que les aguardaba.
Por ese tiempo, inició su carrera literaria, influenciada por las técnicas de Chéjov y Turguénev. Escribió relatos y novelas cortas que aparecerían en revistas, títulos entre los que destaca el exquisito cuento Un niño prodigio (1927), la conmovedora historia de un juguete roto. La fama llegaría en 1929 con la publicación de la novela David Golder, que se convirtió en un éxito fulgurante, siendo adaptada al cine y al teatro. A ella seguiría El baile (1930), otra sensación, igualmente llevada a la gran pantalla. Ambas novelas tienen en común las tensiones en el seno familiar y el incisivo retrato de unos nuevos ricos que intentan hacerse un sitio entre la buena sociedad.
Estos éxitos le abrieron las puertas de los círculos literarios franceses. Admirada por los lectores, respetada por los intelectuales, gozó de gran notoriedad durante la década de 1930 y desarrolló una prolífica trayectoria. En este artículo nos centraremos en las obras que giran en torno a la emigración, ligadas en mayor o menor medida a su propia biografía.
Las moscas del otoño (1931) relata el exilio de la familia Karin, refugiada en París tras la revolución bolchevique. La historia está contada a través de los ojos de la fiel sirvienta Tatiana. El exilio resulta traumático para la anciana, quien, embargada por la nostalgia, añora su tierra natal y tiene dificultades para adaptarse a su país de destino.
El mismo viaje emprenden los Karol en El vino de la soledad (1935), con la diferencia de que en esta obra se pone el foco en la familia, teniendo como eje la enemistad entre la hija y su madre, inspirada en el resentimiento de la propia Irène hacia su progenitora. Esta novela es la que posee mayor base autobiográfica entre la producción de Némirovsky y supone un ejercicio de catarsis.
El maestro de almas (1939) presenta a Darío Asfar, un joven médico procedente de Crimea. Asfar es un personaje oscuro que escapa de la miseria y se labra una reputación profesional mediante métodos de ética dudosa. A pesar de que sus servicios son requeridos por clientes de la clase alta francesa, Darío nunca llega a ser totalmente aceptado, continúa sufriendo rechazo a causa de su origen extranjero y humilde, y del recelo que despierta en los demás.
Los perros y los lobos (1940) sigue a dos ramas de la familia Sinner, parientes lejanos de distinto estrato social: los residentes en el gueto judío de una ciudad ucraniana (los lobos) y los refinados burgueses de la parte alta (los perros). Ambas emigran a París huyendo de los pogromos y la revolución. Tan importante es el choque de clases como la cuestión semita, pues todos ellos se enfrentan a los prejuicios por ser judíos.
Inevitable hablar del tratamiento de los judíos en las novelas de Némirovsky, algo que resulta paradójico a la luz de los acontecimientos posteriores. La visión ambigua mostrada sobre los hebreos ha generado diversas interpretaciones y continúa siendo objeto de debate hasta entre sus biógrafos, que en algunos casos apuntan a un conflicto de aceptación-rechazo de sus raíces judías, si bien Irène se defendió de las acusaciones de antisemitismo. Lo que parece subyacer es el desdén de la autora hacia determinados estereotipos, unido a cierto rencor político.
Tras esta etapa de fama y prosperidad, la situación de los Epstein cambió drásticamente con el Estatuto de los Judíos promulgado por el Gobierno de Vichy en 1940, pese a convertirse al catolicismo en 1939 y reclamar la nacionalidad francesa (que les fue denegada). Cayeron en desgracia. Con sus cuentas bancarias bloqueadas y la prohibición de trabajar, pasaron apuros económicos. Se trasladaron al pequeño pueblo de Issy-l'Évêque en busca de tranquilidad. De nuevo, la migración. Irène publicó bajo seudónimo para eludir el veto a los escritores judíos. Del mismo modo, instó a sus editores para que ingresaran sus mensualidades a nombre de su amiga Julie Dumot. Un respiro que no duró mucho: señalada por su doble condición de judía y eslava, Irène fue arrestada en julio de 1942 y deportada a Auschwitz, donde falleció un mes más tarde en circunstancias no del todo claras. Michel trató a la desesperada de salvar a su esposa. De nada sirvió. No solamente sus intentos fueron infructuosos, sino que él también fue deportado en octubre de ese mismo año y ejecutado en la cámara de gas pocos días después de su llegada.
Mejor fortuna corrieron sus hijas Denise y Élisabeth (de 13 y 5 años de edad), quienes escaparon de la detención gracias a la protección de Julie Dumot. Las niñas sobrevivieron a la guerra y custodiaron una maleta que les había confiado su padre, la cual contenía documentos de su madre, diarios y manuscritos inéditos de un par de novelas. Entre ellos se encontraba su obra magna, Suite francesa. Su legado. Denise guardó el cuaderno que contenía el manuscrito, pero, creyendo que era el diario de su madre, no se vio con fuerzas para abordar su lectura. No fue hasta décadas más tarde, cuando revisó los papeles para donarlos al Institut Mémoires de l'Édition Contemporaine, que descubrió que se trataba de una novela.
La edición de la novela también incluye un apéndice que recoge fragmentos extraídos de los diarios, en los que se observa tanto el proceso de creación de la obra como las reflexiones de la autora sobre la situación política del momento, y unas estremecedoras cartas en las que queda patente la inquietud de los Epstein ante el destino que les aguardaba.
Publicada por primera vez en 2004, Suite francesa fue galardonada con el prestigioso Premio Renaudot, se convirtió en un fenómeno editorial y fue traducida a varios idiomas. Su rotundo éxito conllevó la recuperación de la obra y la memoria de Irène Nemirovsky, pues se reeditaron sus novelas, rescatando del olvido a la malograda escritora.
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